domingo, 24 de abril de 2011

A MODO DE BIENVENIDA

¿Por qué me ha dado por volver a la blogosfera al cabo de tanto tiempo? Se trata de una pregunta retórica y cuya respuesta, imagino, importa una higa a quien esté leyendo esto, tanto si es antiguo lector y visitaba mi vieja casa (aquí, para nostálgicos) como si es nuevo en la plaza. Pero, entiéndanme, las costumbres se pierden y los reflejos se oxidan, y nada mejor que una autointerrogación para sobreponerse al temor que inspira la página en blanco.

La primera y principal de las razones es lo que podríamos denominar una pulsión grafómana difícilmente corregible, que hace que a uno le guste juntar letras –sin el valor ni el talento necesario para ganarse la vida con ello, eso también es cierto- desde pequeñito. Súmense un innegable punto de vanidad y, por qué no, de exhibicionismo, que hace doloroso condenar al silencio lo que se escribe y, cómo no, la enorme facilidad que las nuevas tecnologías ofrecen a quien quiera desempeñar, a tiempo parcial, oficios que, antaño, daban mala vida a quien quisiera imponerse el sufrimiento de ejercerlos. La tentación es, pues, irresistible, y la pregunta verdadera no es tanto por qué vuelvo a escribir como por qué he estado tanto tiempo sin hacerlo.

La segunda es que sigo sintiendo verdadera pasión por los temas sobre los que escribía y sobre los que pienso seguir escribiendo: política, derecho, economía y lo que me gusta denominar “cosas inútiles”. De las cosas inútiles hablaré luego. Política, derecho y economía, antes y ahora, tendrán siempre un denominador común: el liberalismo como marco conceptual.

Sostengo que, para nuestra desgracia, el elemento cordial que da continuidad a la historia contemporánea de España, el que hace perceptible esa historia como una sucesión concatenada y coherente de acontecimientos –por “coherente” entiéndase, simplemente, que cada evento puede asociarse con el anterior y el siguiente sin demasiado esfuerzo lógico- no es otro que el fracaso del liberalismo político. La verdadera “enfermedad española” no es otra que la falta de una pedagogía cívica fundada en valores liberales y, por tanto, el escaso arraigo de los mismos. Permítaseme decir que, en mitad del tantas veces subrayado “pluralismo”, ésta es un factor de evidente cohesión nacional. Los españoles son casi igual de antiliberales en todas las zonas de España, y casi no hay lugar en nuestra querida piel de toro en el que haya arraigado, de veras, un genuino amor por las libertades individuales con las consecuencias éticas y políticas que de ello derivan. No se trata, supongo, de algo exclusivo de España, pero sí es muy característico de nuestro país.

A mi juicio, y no pretendo ser original diciendo esto, el liberalismo no es una ideología ni, salvo cuando se lo reduce a una caricatura de sí mismo a través de un reduccionismo inaceptable, pretende serlo. El liberal no dispone, por el hecho de serlo, de una cosmovisión integradora que dé respuesta a todas las preguntas. La matriz de ideas –pocas- que constituyen, por así decirlo, la “esencia del credo liberal” ofrecen, todo lo más, un utillaje mínimo para aproximarse a los problemas, pero raramente permiten anticipar las soluciones. El liberalismo, por tanto, se ejercita, se practica. ¿Existe, entonces, una “forma liberal” de aproximarse a los debates del día a día? Posiblemente la más genuina es abordarlos desde la reflexión. Algunos entenderán que la pequeña vanidad a la que arriba me refería –el interés en que me lean porque guste lo que escribo- se torna superlativa si, encima, afirmo que creo que me gustaría contribuir a la generación de debates, pero ahí queda la cosa.

Eso es, pues, lo que habrá en estas páginas, no sé con qué frecuencia, pero con toda la que permitan las cuestiones alimenticias.

También habrá, de vez en cuando, “cosas inútiles”. Reflexiones y comentarios sobre esas cosas que no le importan a nadie, salvo a la pequeña legión que forman aquellos a los que sí les importan. ¿A ustedes nunca se les ha ocurrido preguntarse, por ejemplo, por qué en las nuevas placas con los nombres de las calles en la ciudad de Madrid, el nombre de la ciudad se escribe con minúscula? -supongo que por la misma razón por la que existen, en el nomenclátor, tantas faltas de ortografía- A mí, sí, y estoy seguro de que a mucha otra gente, también. Una minoría, rara, pero seguro que no despreciable.

Los mismos a los que va dirigido todo lo que escribo.