domingo, 21 de septiembre de 2014

NO, ESCOCIA NO ES UN EJEMPLO

El triunfo del “no” en Escocia ha salvado a David Cameron, probablemente, de pasar a la historia como el más torpe de los primeros ministros del Reino Unido. “Torpe” en realidad, es de lo más leve que se ha oído sobre él en estos días. Hay quien también lo ha motejado de “irresponsable”, “nefasto” y un largo etcétera de lindezas. Ha salvado los muebles, si por salvar los muebles entendemos que el Reino Unido seguirá siendo, al menos en el ámbito del Derecho internacional y por un tiempo, el mismo estado que nos enseñaron en la EGB, pero incluso habiendo evitado in extremis el peor de los resultados –según cierto punto de vista, claro- no va a poder eludir entrar en el jardín de una reforma constitucional sin precedentes: deberá hacer honor a su promesa de dar más poderes a Escocia, sin duda, pero ello llevará consigo, probablemente, la necesidad de acometer una descentralización de mayor alcance, incluyendo, por cierto, a la propia Inglaterra. Y no es que esto sea bueno o malo en sí, sino que nadie se lo pedía, según algunos. Él solito se ha metido en el charco. De ahí lo de su torpeza.

Existe, no obstante, también la tesis contraria. David Cameron es el campeón de la democracia y el proceso por él auspiciado es un verdadero ejemplo. Harían bien otros –y no miramos a nadie- en tomar nota. Cameron no ha intentado poner puertas al campo y, sobre todo, ha dado voz a los que la pedían (no sé si es del todo cierto que la pedían, pero bueno). Ha podido cometer ciertos errores, sí, pero son de conducción del proceso, es decir, en tanto que parte interesada en promover el “no”. Nadie discute que, como demócrata, estaba obligado a afrontar el problema político que, según ciertas lecturas, planteaba el aval mayoritario a un partido independentista en las elecciones escocesas pero, como primer ministro del Reino Unido, estaba también obligado a intentar evitar la secesión de Escocia promoviendo el voto negativo e inhibiendo el avance del “sí”. Sus yerros, en todo caso, se centraron en lo segundo. Así vistas las cosas, Cameron vendría a ser, como también se ha dicho, el anti-Rajoy. El presidente del gobierno español, bien es cierto que amparado por un marco jurídico distinto y sacando mucho provecho de torpezas ajenas, está gestionando bien –o como puede- el envite de la consulta catalana, pero aún no sabemos qué opina del problema de fondo, más allá de lo obvio, y si tiene alguna propuesta que hacer. Confiamos en enterarnos el diez de noviembre, a más tardar.

En mi personal opinión, Cameron no pretendió, en ningún momento, blasonar de demócrata. Su convocatoria de un referéndum fue una jugada, táctica y de alto riesgo para conjurar una amenaza, la del secesionismo escocés, que se veía, en su momento, como domeñable sin mayores esfuerzos. A la vista está que no ha sido así, en buena medida porque, lanzado el órdago, no se ha tratado la amenaza como suficientemente creíble, durmiéndose en los laureles. Cameron deberá ahora afrontar la cuestión, más compleja y profunda del gobierno del Reino Unido en su conjunto. Escocia no ha roto su unión con los otros países que conforman el Reino, pero sí puede haber inducido una revolución que cambie los marcos mentales en los que se viene desenvolviendo la política británica desde mediados de los ochenta. Veremos en qué acaba esto.

Lo bueno es que sí, habrá debate y, ahora sí, será verdaderamente democrático. Todo el Reino Unido, a través de sus instituciones, participará de la reforma, que puede llevar muy lejos, sin pasar necesariamente por el despropósito.

Todos, incluso quienes parten de la convicción de que el proceso escocés no se podría reproducir en España –en realidad, no se podría reproducir en casi ningún sitio porque el corsé de una constitución escrita lo impediría- parecen alabar, como siempre, el hecho de que se vote. Votar como “fiesta de la democracia”, ya se sabe. Supongo que el que haya salido “no” ayuda a congraciarse con la idea. ¿Alguien se ha parado a pensar qué hubiera ocurrido de haber salido “sí” con inversión de las proporciones? Conforme al plan diseñado por Cameron y su malhadada pregunta, el Reino Unido hubiera saltado por los aires… por decisión favorable del 55 % de los escoceses. Ingleses, galeses y norirlandeses habrían visto desaparecer como tal el estado en el, hoy por hoy, articulan su convivencia y a través del cual participan en las relaciones internacionales institucionalizadas sin haber podido, por supuesto, decir una palabra o, como mucho, habiendo podido participar en la decisión del cómo se hace.

¿Es eso, realmente, “democrático”? Solo, me temo, desde la concepción decimonónica de la vida propia de los nacionalismos. Desde su idea de que una “nación” por el hecho de existir, tiene un derecho inalienable a decidir su destino, de orden prejurídico y prepolítico. Un derecho frente al que no puede erigirse en obstáculo, por lo visto, una concepción moderna de estado y ciudadanía. Sé que es muy impertinente dar lecciones de democracia a los británicos, pero sorprende que este tipo de planteamientos hayan hecho fortuna en las Islas, con una cultura política poco proclive a los romanticismos y los infantilismos propios del nacionalismo. Es muy llamativa esta idea de que el Reino Unido “dé” la independencia a Escocia, como si Escocia fuera Zimbabue o Australia – hay quien ha subrayado que, al fin y al cabo, a lo largo de siglo y medio, son muchas las naciones que se han independizado del Reino Unido.

Los que ven en el referéndum escocés una “fiesta de la democracia” parecen negar toda realidad al Reino Unido como nación –ser británico es una cuestión administrativa, un corolario jurídico-formal de la condición de galés, inglés, escocés o irlandés- igual que aquí quienes no pueden resistirse al imperativo del “derecho a decidir”, en suma, lo que vienen a decir es que no hay más soberanía que la de esas naciones constitutivas, reales, que soportan el estado –España- como mero constructo formal. Carece de sentido, claro, así vistas las cosas, que un inglés pretenda tener voz en qué ha de sucederle a Escocia como nada pinta un castellano diciendo qué ha de ser de Cataluña o del País Vasco. Solo desde una perspectiva netamente nacionalista se puede entender lo sucedido en Escocia como una “fiesta de la democracia”. Quien crea en una nación de ciudadanos libres e iguales y en estados al servicio de estos –y no en vehículos de realización de vaporosos entes fantasmagóricos- no puede verlo así.

Por una vez, si se quiere, el Derecho español, marcando la vía necesaria, puede marcar también la correcta: ¿es posible que parte del territorio y parte de la ciudadanía se desgajen del común para formar un estado nuevo? Sí. Pero para ello es preciso reformar la constitución y buscar un marco jurídico que lo haga posible. En la conformación de ese marco jurídico deberá participar inexcusablemente el conjunto soberano, es decir, el mismo que dio carta de naturaleza al estado de cosas vigente.

Se ha dicho hasta la saciedad estos días de manifestaciones, algaradas y ceremonia de confusión: la democracia no consiste solo en votar. La única democracia realmente existente es la democracia liberal, la democracia de leyes y reglas. El “liberal” suele apocoparse, a veces interesadamente. Para unos, al ser la democracia por antonomasia sobran los adjetivos. Otros, por el contrario, soslayan el “liberal” para no hacer patente que tienen una concepción de la democracia que les emparenta con tradiciones de pensamiento con muy escaso pedigree en estos tiempos. No es extraño. Es la manipulación de lenguaje, incesante, lo que hace que vuelvan a presentarse una y otra vez, bajo nuevos ropajes, ideas muy viejas, muy gastadas y, por qué no decirlo, muy impresentables.

Escocia ha sido un ejemplo en muchas cosas. Un ejemplo de formas, para empezar. Y de nivel en el debate. El secesionismo escocés cuenta con muchos y muy buenos argumentos, con grandes objeciones al cómo se está gobernando el Reino Unido. Pero ello no cambia el fondo de la objeción: ¿qué derecho tienen los escoceses, solos, a disponer de un país que no les pertenece por entero? No vale, claro, la objeción de que ellos solo disponen de Escocia, porque esto nos lleva de nuevo al centro del debate: aun siendo consciente de que el Reino Unido es, en su formación, un agregado, salvo que el disponer de cuatro federaciones de fútbol y jugar por separado al rugby se considere determinante, es ya, hace mucho, un país único. La amalgama hace tiempo que está demasiado entremezclada como para que tenga sentido seguir hablando del “ser británico” como un fenómeno epidérmico. Con todos los respetos, pretender que trescientos años después, se puede revertir un proceso de integración paccionado como el de 1707 como si nada hubiera ocurrido, como si los derechos originarios de Escocia estuvieran ahí, intactos es un argumento digno del mejor Sabino Arana o propio de otras tradiciones intelectuales de parecido cariz. Y si el argumento es flojo en el propio Reino Unido, trasladado a España o a casi cualquier otro lugar, resulta infumable.

Y sí, Cameron es un torpe.

sábado, 6 de septiembre de 2014

LISTAS DE RÍOS


Casi un año sin darle a la tecla. Se hacía mucho… Propósitos para el nuevo curso: ser más constante.

La más curiosa de mis lecturas de verano ha sido The Revenge of Geography, de Robert Kaplan (creo que ya hay traducción española). Del libro ya se han publicado varias reseñas, elogiosas y creo que merecidas. También podría titularse “curso breve de geopolítica del hemisferio norte”, que es en lo que Kaplan se centra, soslayando África y, en buena medida, América del Sur. Interesantes, por cierto, algunas nociones como, precisamente, la descripción de América como, nítidamente, dos continentes y no uno solo. La frontera entre una y otra vendría a estar en el Orinoco.

A medida que iba leyendo y reencontrándome con nombres de accidentes, naturales o no, ríos, montañas, valles, mares, lagos, ciudades… algunos presentes y otros olvidados, no podía dejar de pensar en el manido tema de las “listas de ríos” al que ya me he referido otras veces. Las “listas de ríos” son, junto con la lista por antonomasia, la de los reyes godos, el epítome de esa educación inútil, memorística, caduca, la que nos incapacita para el progreso y soslaya las capacidades más necesarias en el mundo de hoy, por lo visto. Si hemos de creer a una de nuestras mejores cabezas, Luis Garicano (insiste mucho en ello, y con razón, en El Dilema de España, entre otros muchos escritos), sería mucho mejor invertir nuestro escaso tiempo en otras cosas. Vaya por delante que creo que generaciones y generaciones de estudiantes españoles comparten el criterio y jamás han llegado a entender por qué tuvieron que memorizar listas de nombres que olvidaban nada más salir de la escuela y que estaban, en todo caso, al alcance de cualquiera, no ya en la era de internet sino desde que se inventaron los atlas y las enciclopedias.

La obra de Kaplan viene a subrayar la importancia de la geografía, algo tan elemental como que el medio físico, sin ser determinante, es un factor esencial a  la hora de explicar por qué nuestro mundo es como es. Claro que, como decía desafiante Lawrence de Arabia (o hacían decir a Peter O’Toole), “nada está escrito” y claro que, en buena medida la historia del ser humano es, precisamente, la historia de la superación de las limitaciones impuestas por el medio, pero es absolutamente evidente no ya que hay hechos geográficos, como los climatológicos, que son impeditivos para la civilización o solo permiten existencias precarias sino que, muchas veces, detrás de eso que antaño se llamaba “el carácter de los pueblos” también hay realidades tangibles. Lo que hoy es Irak viene conociendo gobiernos despóticos desde que el mundo es mundo porque solo los gobiernos despóticos parecen capaces de mantener estructuras estables en una región que, por su propia configuración física, parece abocada al caos y la violencia permanentes. Léanse, en fin, las reflexiones de Kaplan y los autores a los que Kaplan cita sobre cómo es Rusia y cómo eso ha podido influir en cómo los rusos ven el mundo, algo de lo que, por cierto, para muestra, Ucrania ofrece un botón.

Es difícil seguir estas reflexiones si uno no tiene almacenadas en su memoria unas cuantas referencias. Puedes, sí, leer al tiempo que consultas internet o con un atlas delante, pero me reconocerán que es incómodo. Vaya por delante que pocas experiencias hay más fascinantes que la de viajar con el dedo por un atlas –salvo, quizá, la de saltar de voz en voz en una enciclopedia o en un diccionario- pero hay veces que no se puede recurrir a ello. Hay que poseer unas mínimas nociones de geografía para poder leer textos que hablen de cuestiones geográficas. Del mismo modo que se necesita disponer de una mínima idea sobre cuál es la secuencia cronológica de los eventos antes de ponerse a leer o a reflexionar sobre la historia. A menudo, las mismas personas que se muestran abiertamente contrarias a la “mera acumulación de conocimientos” parecen muy conformes con la idea de que antes de salir al campo de golf a disfrutar de ese bello deporte se debe, por lo visto, pasar mucho tiempo ensayando, hasta que el cuerpo se amolda a golpear la bola. Evidentemente, golpear una bola de golf desde un mismo lugar, en sí, es algo poco entretenido, pero todo el mundo entiende que es un paso necesario para llegar al fin buscado de jugar al golf, que es algo cualitativamente distinto, creo, de darle golpes a la bola –como jugar al fútbol es distinto de darle patadas garbosamente a un balón, aunque lo segundo sea condición necesaria para lo primero-.

Las “listas de ríos”, aparte de ser a la memoria lo que la gimnasia a los bíceps, tienen una función: contribuir a crear en el sujeto que las memoriza un universo referencial que también le es necesario a un individuo “culto”, entendiendo por tal un sujeto capaz de desenvolverse con soltura en el mundo que le rodea. La idea de que se va  la escuela, en todos sus niveles, para ser un individuo culto suena caduca. Hay, ciertamente, opiniones distintas acerca de para qué sirve un sistema educativo, especialmente en sus niveles inferiores. Pero parece que esta idea de la cultura está, para casi todos, olvidada en el desván. Por lo que leo y oigo están los que opinan que en la escuela no ha de enseñarse, en realidad, nada en absoluto y los que creen que se deben enseñar cosas, sí, pero prácticas. Convengo con estos últimos, pero no sé si estamos todos de acuerdo en qué ha de entenderse por “práctico”. Para la mayoría de los que creen que sí que hay que enseñar algo de algo, son prácticas la informática, el inglés y las matemáticas pero no las “listas de ríos”. Las “listas de ríos”, ya digo, son la quintaesencia de lo inútil.

Llevado al extremo, supongo que un currículo podría reducirse a tres materias: español e inglés (mejor dicho, saber leer y escribir en español e inglés), matemáticas y educación física. Quien sabe leer en inglés y sabe usar un ordenador –o un dispositivo portátil cualquiera- no necesita, en rigor, nada más. Y sin duda es un enfoque que no priva al joven curioso del placer de descubrir, pongamos, el Ebro. Y que, además, permite descubrir no una, sino muchas veces, que el Ebro tiene afluentes y alguien, vaya usted a saber quién, les dio nombre –eso se sabe a poco que se sea observador porque, cada vez que cruzas un río, te encuentras un cartel que te dice qué río es-.

No, no creo que las “listas de ríos” sean inútiles. Gracias a las “listas de ríos” se pueden leer y entender libros como el de Kaplan. Pero supongo que eso nos llevaría a otra pregunta, que es la de por qué o para qué hay que leer libros como ese. Esa es, en efecto, otra pregunta. Esa es, quizá, la verdadera pregunta.