martes, 7 de mayo de 2013

Liberalismo, austeridad y recortes


Una costumbre habitual de la izquierda es motejar de “liberal” toda política que se considera dañina, injusta y antisocial. Y es más frecuente aún anteponer el prefijo “neo” que vacía de todo contenido, de todo eco, de nobleza a un término que, a fin de cuentas, está emparentado con “libertad” –vocablo no condenable aunque no haya consenso sobre qué significa-. Más aún, la condena directa de “liberal” resultaría problemática, sobre todo, a quien profesan ideologías que no son sino herejías del liberalismo decimonónico y que guardan, respecto a él, una relación pareja a la que las religiones semíticas posteriores mantienen con el judaísmo: se condena, pero no es posible tirar todo el Antiguo Testamento a la basura.

Son, en particular, “neoliberales” y, por tanto, condenables sin paliativos por ese motivo –por la razón adjetiva, más allá de su sustancia- las políticas “de austeridad” que, por lo que se ve, se hacen equivaler a políticas de “recortes sociales”. Más aún, se dice, la penosa coyuntura que atraviesan las economías europeas se aprovecha por la conspiración neoliberal que no cesa para asestar el golpe de gracia al odioso estado de bienestar. El neoliberal, animado por su codicia y sus prejuicios, no descansa y aprovecha cualquier ocasión para cebarse en los más débiles y privarles de sus muy escasas conquistas.

Esta forma de pensar, por llamarlo de alguna manera, además de incurrir en el vicio corriente de identificar el liberalismo con el capitalismo salvaje y dar por hecho que cualquier persona que manifieste liberal tiene que comulgar con los catecismos de ciertas universidades americanas caricaturiza posiciones está profundamente errada.

Es cierto que los liberales son amigos de la austeridad, cualquiera que sea la coyuntura, referida a la administración de lo público. Y ello porque para los liberales la cuestión fiscal es algo más que una cuestión técnica y no puede reducirse a los debates entre keynesianos y no keynesianos sobre la conveniencia de tal o cual nivel de gasto público. La cuestión fiscal es una verdadera cuestión moral. Puede expresarse en términos thatcherianos, de puro sencillos: la propiedad privada –el derecho al producto del propio trabajo- es uno de los fundamentos básicos de la libertad personal y forma parte del núcleo esencial de los derechos humanos. El estado, que es algo necesario por muchos motivos, se financia con impuestos, actuales o futuros –la deuda es un impuesto futuro- que no tienen más origen posible que la detracción de recursos de los individuos (recordémoslo una vez más: no existen “países”, no existen “sociedades”, solo existen individuos y familias; lo demás son ficciones jurídicas o de otro tipo). Por tanto, el aparato estatal y todos sus “servicios” son financiados privando a los ciudadanos de algunos de sus derechos básicos. Ciertamente, esto es justificable y hay buenas razones por las que los ciudadanos deben, ya que así les conviene, renunciar o limitar algunos de sus derechos, puesto que esta es la única forma de obtener ciertos bienes –entre ellos, bienes que realizan en la práctica de ciertos niveles de solidaridad con ciudadanos menos afortunados-. El abuso fiscal, empero, en forma de impuestos innecesarios –y lo son todos los que financian gastos superfluos, excesivos o insuficientemente justificados– es inmoral y solo el monopolio que los estados ejercen sobre la ley positiva permite diferenciarlo del robo en cualquiera de sus formas. El expolio fiscal no es, moralmente, diferente del robo por parte un particular; si acaso es más condenable por los abusivos medios de los que disfruta quien lo perpetra, pero las leyes lo hacen de distinto grado. Eso no cambia las cosas, simplemente caracteriza a los legisladores.

Lo dicho hasta aquí se desenvuelve en el terreno de los principios, pero no veo qué tiene que ver con las políticas prácticas que se pueden contemplar en la  Unión Europea. ¿Acaso hemos mejorado algo? ¿Hay, en efecto mayor “austeridad” en el sentido de un manejo más decente de las finanzas públicas? A mi modo de ver, las supuestas políticas de “austeridad” lo son más bien de cuadre contable. Austeridad y déficit cero no son lo mismo, que se sepa. Lo que los funcionarios de Bruselas –señores estos que algún día deberán presentarnos, por cierto- piden a los gobiernos es que empaten ingresos con gastos y, de salida, casi todos han incrementado sustancialmente los impuestos y han comenzado a recortar en los gastos que les han resultado más asequibles, que no son necesariamente los más superfluos. Si un gobierno apurado fiscalmente detrae más renta a sus ciudadanos y, además, retira en primera instancia gastos que tienen una justificación –o, al menos, más justificación que otros- igual mejora los números, pero profundiza en la indecencia.

España provee un ejemplo bastante patente. La urgencia de los cuadres contables llevó al gobierno actual, nada más alcanzar el poder, a elevar sustancialmente los impuestos pero toda calma parece poca a la hora de reformar unos aparatos estatales que, a todas luces, son excesivos. ¿Está siendo “austero” el gobierno español? Tengo mis dudas. Estará siendo, quizá, un eficiente administrador de determinadas políticas, pero en tanto no acometa otro tipo de reformas, no puede ser calificado de virtuoso.

Desde una perspectiva liberal lo urgente no es, desde luego, el cuadre contable –ese vendrá de suyo- sino restaurar la justicia y la moralidad en las finanzas públicas, que es un problema diferente  y que lleva consigo debates de largo alcance. Los gobiernos europeos, el español al menos, siguen negándose a adoptar esa perspectiva. No son liberales, es obvio. Son estatistas apurados. Tan estatista como esa izquierda que reclama que nunca paren los atropellos fiscales y para la que el derecho al producto del trabajo no es tal. Es solo que no les llega para pagar todo lo que querrían.

Estén tranquilos, por tanto, los biempensantes. La revolución liberal no va ganando.