domingo, 4 de septiembre de 2011

"Antidemocrático"

Me reafirmo en la idea que expresaba la semana pasada de que, en la votación constituyente en el Congreso, han sido mucho más las formas que el fondo. De hecho, parece que, incluso, ciertos grupos o grupúsculos han desdeñado la reforma por el cómo se ha hecho, la reforma en sí, más que su contenido. La pataleta de los grupos minoritarios, especialmente nacionalistas, ha venido acompañada de todo tipo de metáforas de conflicto, calificativos altisonantes y réquiems por el consenso, muerto y enterrado, al parecer.

Salvo en la Bulgaria de los tiempos gloriosos, no creo que una ley apoyada por más del noventa por ciento de los votos en la Cámara puede ser tenida por “antidemocrática” ni, desde luego, que pueda hablarse de “ruptura de consensos”. Antes al contrario, lo que ponen de manifiesto ciertas reacciones o, en rigor, lo que pondrían en el supuesto de que algunos se creyeran de verdad lo que dicen –porque me da que hay mucho de impostado en tanta salida de tono- es una comprensión un tanto desviada de en qué consiste una democracia y cómo funciona. Cosas que, a fuerza de repetidas, parece que hemos terminado por creernos. Lo que verdaderamente causa perplejidad es que el funcionamiento normal de las instituciones pueda dar lugar a semejantes discursos.

Está claro que no cabe confundir el funcionamiento de una democracia con la aritmética. Una sociedad contemporánea, abierta y compleja, como la española, no es fácilmente reducible a pesos y medidas, y solo desde concepciones totalitarias es posible seguir creyendo que el Congreso es un trasunto perfecto de la soberanía nacional y, por tanto, nada de lo que ocurre fuera de él es relevante. La democracia no es reducible, en suma, a sus reglas de decisión. Pero no es menos cierto que esas reglas existen, que los debates no pueden ser eternos y que en algún momento hay que someter las cuestiones a la operación de las reglas. Y, a partir de ahí, es válida y legítima la decisión que respete el procedimiento.

Nada de lo dicho es ignorado por unos cuantos de los diputados más beligerantes esta semana. Hay que concluir, por tanto, que simplemente tienen mal perder. Los intereses que representan –legítimos, seguramente- han tenido que ceder a otros, igualmente legítimos, pero muy ampliamente más respaldados. Búsquese el calificativo que se quiera, pero malamente estaremos ante ninguna clase de abuso de poder. Por otra parte, acabo de decir, y así lo creo, que no tiene mucho sentido pensar que la composición del Congreso sea otra cosa que una simplificación muy grosera de la verdadera pluralidad de la sociedad española y, por eso, no tiene sentido llevar muy lejos las interpretaciones extensivas de las mayorías, pero, aceptado el principio de la representatividad, la amplísima mayoría concitada por PP y PSOE sería, desde luego, una buena representación de una “mayoría social”. Una mayoría, supongo que para desesperación de algunos, muy bien distribuida geográficamente.

En realidad, la cosa bien podría verse desde otro punto de vista: el anecdótico acuerdo PP-PSOE es más bien un breve paréntesis en el secuestro cuasipermanente de las mayorías por las minorías que resulta tan frecuente en España, y creo que en otros sitios, en todos los ámbitos.

En nuestra complicada sociedad se da el fenómeno de que, a menudo, la mayoría silenciosa vive aherrojada por múltiples minorías que tienen la habilidad de estar organizadas de algún modo. Me atrevería a decir que esto es casi la regla general. En el ámbito parlamentario, estamos acostumbrados a ver cómo juegan hábilmente sus cartas minorías que saben organizar su representación mediante las ventajas que concede un sistema electoral territorializado. Pero en el mundo empresarial vemos también como minorías sindicalizadas desafían reformas e imponen criterios que, muchas veces, van en detrimento de la generalidad. Por no hablar de toda clase de cazadores de subvenciones y demás tribus que viven al amparo del presupuesto, que las hay.

Los intereses minoritarios son, la mayor parte de las veces, muy legítimos pero son eso, minoritarios. A menudo, ante un problema que permanece irresuelto y cuya solución parece de sentido común, hay que preguntarse si existe alguna minoría, algún interés minoritario que justifica un determinado estado de cosas. Se ha apuntado, y con buen criterio, que no es cierto que todo el mundo pueda querer que la actual crisis económica se resuelva. En primer lugar porque no todo el mundo pierde con ella –hay quien gana, muy pocos, pero los hay- y en segundo lugar porque hay gente que sabe que una solución para los muchos solo puede ser a costa de determinados privilegios de unos pocos.

Los sindicatos proveen un ejemplo excelente. Bloquearán o intentarán bloquear cualquier reforma del mercado de trabajo, incluso algunas que barrunten que pueden contribuir a crear empleo, siempre que, como parece previsible, esas reformas supongan una rebaja en sus cuotas de poder. Los problemas no son tan “irresolubles” como a menudo parece. Hay quien no quiere que sean resueltos, que es diferente.

Ya digo que me parece que este es el estado normal de cosas. Ahora bien, el arte del asunto consiste en no tensar la cuerda tanto que la mayoría termine tomando conciencia de la subversión de las reglas. En este sentido, las denuncias sobre lo “antidemocrático” del procedimiento de reforma constitucional pueden llevar a algunos a concluir que lo que era y es muy “antidemocrático” es el alabado “consenso” en su forma habitual. Lo mismo que las continuas denuncias sobre “recortes sociales” pueden llevar a muchos a caer en la cuenta de que, a ellos, no se les puede recortar aquello de lo que no disfrutan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario