sábado, 6 de septiembre de 2014

LISTAS DE RÍOS


Casi un año sin darle a la tecla. Se hacía mucho… Propósitos para el nuevo curso: ser más constante.

La más curiosa de mis lecturas de verano ha sido The Revenge of Geography, de Robert Kaplan (creo que ya hay traducción española). Del libro ya se han publicado varias reseñas, elogiosas y creo que merecidas. También podría titularse “curso breve de geopolítica del hemisferio norte”, que es en lo que Kaplan se centra, soslayando África y, en buena medida, América del Sur. Interesantes, por cierto, algunas nociones como, precisamente, la descripción de América como, nítidamente, dos continentes y no uno solo. La frontera entre una y otra vendría a estar en el Orinoco.

A medida que iba leyendo y reencontrándome con nombres de accidentes, naturales o no, ríos, montañas, valles, mares, lagos, ciudades… algunos presentes y otros olvidados, no podía dejar de pensar en el manido tema de las “listas de ríos” al que ya me he referido otras veces. Las “listas de ríos” son, junto con la lista por antonomasia, la de los reyes godos, el epítome de esa educación inútil, memorística, caduca, la que nos incapacita para el progreso y soslaya las capacidades más necesarias en el mundo de hoy, por lo visto. Si hemos de creer a una de nuestras mejores cabezas, Luis Garicano (insiste mucho en ello, y con razón, en El Dilema de España, entre otros muchos escritos), sería mucho mejor invertir nuestro escaso tiempo en otras cosas. Vaya por delante que creo que generaciones y generaciones de estudiantes españoles comparten el criterio y jamás han llegado a entender por qué tuvieron que memorizar listas de nombres que olvidaban nada más salir de la escuela y que estaban, en todo caso, al alcance de cualquiera, no ya en la era de internet sino desde que se inventaron los atlas y las enciclopedias.

La obra de Kaplan viene a subrayar la importancia de la geografía, algo tan elemental como que el medio físico, sin ser determinante, es un factor esencial a  la hora de explicar por qué nuestro mundo es como es. Claro que, como decía desafiante Lawrence de Arabia (o hacían decir a Peter O’Toole), “nada está escrito” y claro que, en buena medida la historia del ser humano es, precisamente, la historia de la superación de las limitaciones impuestas por el medio, pero es absolutamente evidente no ya que hay hechos geográficos, como los climatológicos, que son impeditivos para la civilización o solo permiten existencias precarias sino que, muchas veces, detrás de eso que antaño se llamaba “el carácter de los pueblos” también hay realidades tangibles. Lo que hoy es Irak viene conociendo gobiernos despóticos desde que el mundo es mundo porque solo los gobiernos despóticos parecen capaces de mantener estructuras estables en una región que, por su propia configuración física, parece abocada al caos y la violencia permanentes. Léanse, en fin, las reflexiones de Kaplan y los autores a los que Kaplan cita sobre cómo es Rusia y cómo eso ha podido influir en cómo los rusos ven el mundo, algo de lo que, por cierto, para muestra, Ucrania ofrece un botón.

Es difícil seguir estas reflexiones si uno no tiene almacenadas en su memoria unas cuantas referencias. Puedes, sí, leer al tiempo que consultas internet o con un atlas delante, pero me reconocerán que es incómodo. Vaya por delante que pocas experiencias hay más fascinantes que la de viajar con el dedo por un atlas –salvo, quizá, la de saltar de voz en voz en una enciclopedia o en un diccionario- pero hay veces que no se puede recurrir a ello. Hay que poseer unas mínimas nociones de geografía para poder leer textos que hablen de cuestiones geográficas. Del mismo modo que se necesita disponer de una mínima idea sobre cuál es la secuencia cronológica de los eventos antes de ponerse a leer o a reflexionar sobre la historia. A menudo, las mismas personas que se muestran abiertamente contrarias a la “mera acumulación de conocimientos” parecen muy conformes con la idea de que antes de salir al campo de golf a disfrutar de ese bello deporte se debe, por lo visto, pasar mucho tiempo ensayando, hasta que el cuerpo se amolda a golpear la bola. Evidentemente, golpear una bola de golf desde un mismo lugar, en sí, es algo poco entretenido, pero todo el mundo entiende que es un paso necesario para llegar al fin buscado de jugar al golf, que es algo cualitativamente distinto, creo, de darle golpes a la bola –como jugar al fútbol es distinto de darle patadas garbosamente a un balón, aunque lo segundo sea condición necesaria para lo primero-.

Las “listas de ríos”, aparte de ser a la memoria lo que la gimnasia a los bíceps, tienen una función: contribuir a crear en el sujeto que las memoriza un universo referencial que también le es necesario a un individuo “culto”, entendiendo por tal un sujeto capaz de desenvolverse con soltura en el mundo que le rodea. La idea de que se va  la escuela, en todos sus niveles, para ser un individuo culto suena caduca. Hay, ciertamente, opiniones distintas acerca de para qué sirve un sistema educativo, especialmente en sus niveles inferiores. Pero parece que esta idea de la cultura está, para casi todos, olvidada en el desván. Por lo que leo y oigo están los que opinan que en la escuela no ha de enseñarse, en realidad, nada en absoluto y los que creen que se deben enseñar cosas, sí, pero prácticas. Convengo con estos últimos, pero no sé si estamos todos de acuerdo en qué ha de entenderse por “práctico”. Para la mayoría de los que creen que sí que hay que enseñar algo de algo, son prácticas la informática, el inglés y las matemáticas pero no las “listas de ríos”. Las “listas de ríos”, ya digo, son la quintaesencia de lo inútil.

Llevado al extremo, supongo que un currículo podría reducirse a tres materias: español e inglés (mejor dicho, saber leer y escribir en español e inglés), matemáticas y educación física. Quien sabe leer en inglés y sabe usar un ordenador –o un dispositivo portátil cualquiera- no necesita, en rigor, nada más. Y sin duda es un enfoque que no priva al joven curioso del placer de descubrir, pongamos, el Ebro. Y que, además, permite descubrir no una, sino muchas veces, que el Ebro tiene afluentes y alguien, vaya usted a saber quién, les dio nombre –eso se sabe a poco que se sea observador porque, cada vez que cruzas un río, te encuentras un cartel que te dice qué río es-.

No, no creo que las “listas de ríos” sean inútiles. Gracias a las “listas de ríos” se pueden leer y entender libros como el de Kaplan. Pero supongo que eso nos llevaría a otra pregunta, que es la de por qué o para qué hay que leer libros como ese. Esa es, en efecto, otra pregunta. Esa es, quizá, la verdadera pregunta.

 

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