Casi un año sin darle a la tecla. Se hacía
mucho… Propósitos para el nuevo curso: ser más constante.
La más curiosa de mis lecturas de verano ha
sido The Revenge of Geography, de Robert Kaplan (creo que ya hay
traducción española). Del libro ya se han publicado varias reseñas, elogiosas y
creo que merecidas. También podría titularse “curso breve de geopolítica del
hemisferio norte”, que es en lo que Kaplan se centra, soslayando África y, en
buena medida, América del Sur. Interesantes, por cierto, algunas nociones como,
precisamente, la descripción de América como, nítidamente, dos continentes y no
uno solo. La frontera entre una y otra vendría a estar en el Orinoco.
A medida que iba leyendo y reencontrándome con
nombres de accidentes, naturales o no, ríos, montañas, valles, mares, lagos,
ciudades… algunos presentes y otros olvidados, no podía dejar de pensar en el
manido tema de las “listas de ríos” al que ya me he referido otras veces. Las
“listas de ríos” son, junto con la lista por antonomasia, la de los reyes
godos, el epítome de esa educación inútil, memorística, caduca, la que nos
incapacita para el progreso y soslaya las capacidades más necesarias en el
mundo de hoy, por lo visto. Si hemos de creer a una de nuestras mejores
cabezas, Luis Garicano (insiste mucho en ello, y con razón, en El Dilema de
España, entre otros muchos escritos), sería mucho mejor invertir nuestro
escaso tiempo en otras cosas. Vaya por delante que creo que generaciones y
generaciones de estudiantes españoles comparten el criterio y jamás han llegado
a entender por qué tuvieron que memorizar listas de nombres que olvidaban nada
más salir de la escuela y que estaban, en todo caso, al alcance de cualquiera,
no ya en la era de internet sino desde que se inventaron los atlas y las enciclopedias.
La obra de Kaplan viene a subrayar la
importancia de la geografía, algo tan elemental como que el medio físico, sin
ser determinante, es un factor esencial a
la hora de explicar por qué nuestro mundo es como es. Claro que, como
decía desafiante Lawrence de Arabia (o hacían decir a Peter O’Toole), “nada
está escrito” y claro que, en buena medida la historia del ser humano es,
precisamente, la historia de la superación de las limitaciones impuestas por el
medio, pero es absolutamente evidente no ya que hay hechos geográficos, como
los climatológicos, que son impeditivos para la civilización o solo permiten
existencias precarias sino que, muchas veces, detrás de eso que antaño se
llamaba “el carácter de los pueblos” también hay realidades tangibles. Lo que
hoy es Irak viene conociendo gobiernos despóticos desde que el mundo es mundo
porque solo los gobiernos despóticos parecen capaces de mantener estructuras
estables en una región que, por su propia configuración física, parece abocada
al caos y la violencia permanentes. Léanse, en fin, las reflexiones de Kaplan y
los autores a los que Kaplan cita sobre cómo es Rusia y cómo eso ha podido
influir en cómo los rusos ven el mundo, algo de lo que, por cierto, para
muestra, Ucrania ofrece un botón.
Es difícil seguir estas reflexiones si uno no
tiene almacenadas en su memoria unas cuantas referencias. Puedes, sí, leer al
tiempo que consultas internet o con un atlas delante, pero me reconocerán que
es incómodo. Vaya por delante que pocas experiencias hay más fascinantes que la
de viajar con el dedo por un atlas –salvo, quizá, la de saltar de voz en voz en
una enciclopedia o en un diccionario- pero hay veces que no se puede recurrir a
ello. Hay que poseer unas mínimas nociones de geografía para poder leer textos
que hablen de cuestiones geográficas. Del mismo modo que se necesita disponer
de una mínima idea sobre cuál es la secuencia cronológica de los eventos antes
de ponerse a leer o a reflexionar sobre la historia. A menudo, las mismas
personas que se muestran abiertamente contrarias a la “mera acumulación de
conocimientos” parecen muy conformes con la idea de que antes de salir al campo
de golf a disfrutar de ese bello deporte se debe, por lo visto, pasar mucho
tiempo ensayando, hasta que el cuerpo se amolda a golpear la bola.
Evidentemente, golpear una bola de golf desde un mismo lugar, en sí, es algo
poco entretenido, pero todo el mundo entiende que es un paso necesario para
llegar al fin buscado de jugar al golf, que es algo cualitativamente distinto,
creo, de darle golpes a la bola –como jugar al fútbol es distinto de darle
patadas garbosamente a un balón, aunque lo segundo sea condición necesaria para
lo primero-.
Las “listas de ríos”, aparte de ser a la
memoria lo que la gimnasia a los bíceps, tienen una función: contribuir a crear
en el sujeto que las memoriza un universo referencial que también le es
necesario a un individuo “culto”, entendiendo por tal un sujeto capaz de desenvolverse
con soltura en el mundo que le rodea. La idea de que se va la escuela, en todos sus niveles, para ser un
individuo culto suena caduca. Hay, ciertamente, opiniones distintas acerca de
para qué sirve un sistema educativo, especialmente en sus niveles inferiores.
Pero parece que esta idea de la cultura está, para casi todos, olvidada en el
desván. Por lo que leo y oigo están los que opinan que en la escuela no ha de
enseñarse, en realidad, nada en absoluto y los que creen que se deben enseñar
cosas, sí, pero prácticas. Convengo con estos últimos, pero no sé si estamos
todos de acuerdo en qué ha de entenderse por “práctico”. Para la mayoría de los
que creen que sí que hay que enseñar algo de algo, son prácticas la informática,
el inglés y las matemáticas pero no las “listas de ríos”. Las “listas de ríos”,
ya digo, son la quintaesencia de lo inútil.
Llevado al extremo, supongo que un currículo
podría reducirse a tres materias: español e inglés (mejor dicho, saber leer y
escribir en español e inglés), matemáticas y educación física. Quien sabe leer
en inglés y sabe usar un ordenador –o un dispositivo portátil cualquiera- no
necesita, en rigor, nada más. Y sin duda es un enfoque que no priva al joven
curioso del placer de descubrir, pongamos, el Ebro. Y que, además, permite descubrir
no una, sino muchas veces, que el Ebro tiene afluentes y alguien, vaya usted a
saber quién, les dio nombre –eso se sabe a poco que se sea observador porque,
cada vez que cruzas un río, te encuentras un cartel que te dice qué río es-.
No, no creo que las “listas de ríos” sean
inútiles. Gracias a las “listas de ríos” se pueden leer y entender libros como
el de Kaplan. Pero supongo que eso nos llevaría a otra pregunta, que es la de
por qué o para qué hay que leer libros como ese. Esa es, en efecto, otra
pregunta. Esa es, quizá, la verdadera pregunta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario