domingo, 17 de julio de 2011

El Nombre de la Rosa 2.0

Según Luis Antonio de Villena (El Mundo, 16 de julio), Umberto Eco estaría planteándose escribir una segunda versión de “El Nombre de la Rosa”, aquella novela de 1980 que se convirtió en todo un éxito de ventas, además de ser la base para una muy estimable película de Jean-Jacques Annaud que hizo aún más popular la historia de Guillermo de Baskerville, Adso de Melk y su aventura en la abadía de Jorge de Burgos y demás monjes siniestros. Según de Villena, la razón que animaría al profesor piamontés no es tanto ofrecer una segunda lectura del relato como simplificar la primera. Eco teme que su libro haya dejado de ser asequible al lector contemporáneo. Probablemente, no le falta razón, y me temo que lo mismo podría decirse de casi toda su obra: Eco no es asequible ni como novelista ni como ensayista.

“El Nombre de la Rosa” ha sido glosada a menudo como una novela susceptible de múltiples lecturas. Puede ser leída, desde luego, como una simple novela policíaca, y aun así sigue siendo meritoria, pero no cabe duda de que reviste mucho más interés si se atiende a lo que, desde la perspectiva de la historia detectivesca, es trasfondo: ni más ni menos que algunos de los debates filosóficos más apasionantes del siglo XIV y de la historia del pensamiento europeo. Como hace en todos sus libros, Eco puso en la novela una gran carga de erudición. Erudición que, parece temer, ya no llega a nadie o a casi nadie. Es completamente inasequible al lector medio que, por lo demás, sí puede estar interesado en la trama.

Empecemos por reconocer que, al menos para un lector de mi generación –yo soy de los del bachillerato del 70- no es fácil disponer del utillaje necesario para seguir a Eco en todos los planos de su historia. Mi latín nunca fue suficiente más para describir rápidas diagonales por los párrafos intercalados en dicha lengua pero, al menos, sí pude llegar a saber, todavía, quién era Guillermo de Ockham y qué fue el debate nominalista.

Según parece, Eco está hoy mucho más lejos de lo que lo estaba allá por los años 80, no porque él se haya movido sino porque sí lo han hecho los sucesivos planes de estudio. Ya no hay latín, ni mucho ni poco, ni problema de los universales, ni filosofía ni, si se me apura, historia medieval. El nivel cultural medio desciende progresivamente, y parece que abundancia de información y conocimiento no han ido de la mano. Y cultura y entretenimiento se van confundiendo. Eco no ha sido nunca, insisto, un autor asequible, pero las circunstancias van convirtiéndole en impenetrable, porque cada vez comparte menos referencias con sus lectores. En el proceso general de degradación de la cultura, las materias de las que Eco se ocupa y, por tanto, forman su universo referencial –la historia y la filosofía, especialmente las medievales, la literatura clásica y las grandes referencias histórico-culturales europeas- llevan la peor parte.

Que eso es un efecto del sistema educativo y las sucesivas reformas del currículo parece innegable. No dejan de ser paradójicas, por tanto, esas referencias a las “generaciones mejor preparadas”. ¿Qué significa eso? ¿“Mejor preparadas” en qué o para qué? Es posible que se quiera decir que “con mayor nivel académico”, medido en forma de años cursados o títulos obtenidos. Si es así, habrá que admitir que extensión e intensidad de la educación no son lo mismo. Mi propia experiencia personal avala, desde luego, que, en efecto, educación extensa y educación “densa” no son sinónimos.

Por mi oficio, tengo que tratar con mucha gente muy preparada. Al menos en un sentido técnico. Gente que ha recibido una extraordinaria educación en universidades españolas y extranjeras, alcanzando los mayores grados académicos no en una, sino en varias disciplinas, y que maneja con soltura conceptos muy complejos relacionados con la tecnología, las finanzas o el derecho. Gente, en fin, que tiene importantes responsabilidades de gestión de intereses propios o ajenos.

Pues bien, poca, muy poca de esa gente tiene, me temo, una formación humanística que les permita discurrir igual de bien, o sencillamente defenderse, cuando se trata de historia, de política, o de literatura. Y les importa una higa si sus blackberries ponen o no los acentos; de hecho no les importan nada los acentos. Esas grandes cabezas no tienen interés alguno en las citadas disciplinas, ni en su devenir académico, incluidos sus ratos libres, parecieron encontrar hueco para procurarse una formación suficiente. Por si eso fuera poco, me temo que las exigencias laborales tampoco dejan mucho lugar a quien se caiga en el camino de Damasco y descubra sobre la marcha, no sé, que le apetece saber algo sobre Bizancio, pongamos por caso. No existe el doctor Marañón de mi generación y las siguientes o, al menos, yo no lo conozco. Eco bien podría hallar lectores para su “Nombre de la Rosa” simplificado entre mucho doctor.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Acaso se nos ha acorchado el alma de tal manera que no nos motivan en absoluto materias que a nuestros ancestros no tan lejanos les apasionaban? Quizá la clave hay que buscarla en ese odioso concepto de la practicidad. La educación para. Las materias que hay que valorar como importantes son aquellas que revisten utilidad inmediata. Es muy curioso, en este sentido, que, tras años de esfuerzos para copiar aquello que la educación anglosajona tiene de menos plausible, no se nos haya ocurrido todavía importar aquello que, al menos en los niveles universitarios, parece tener de más estimable: la huida de la especialización, al menos hasta que esta se hace inevitable. Resulta muy llamativo analizar con cierto cuidado los currículos de aquellos personajes que, en los Estados Unidos o en el Reino Unido, descuellan incluso en cometidos muy técnicos. Se observa que, al menos en cierto momento, muchos de ellos dedicaron algunos años a la formación en materias humanísticas o, como mínimo, sin conexión evidente con sus quehaceres diarios posteriores. Quizá ello obedece a que, desde una perspectiva más liberal, es sensato reconocer que uno no tiene por qué saber cuáles serán esos quehaceres. En España, por lo visto, se nace ingeniero, abogado o empleado de banca. En los Estados Unidos, por el contrario, se puede llegar a la abogacía o a las finanzas tras unos años de estudios asiáticos, por ejemplo.

De hecho, podría ser un buen resumen de un objetivo curricular para la secundaria de cualquier país europeo: que el laureado, al finalizar sus estudios, sea capaz de lo que cualquier bachiller de los años veinte hubiera podido hacer con cierta soltura, es decir, leer con aprovechamiento “El Nombre de la Rosa”… pero la versión 1.0.

2 comentarios:

  1. En algún momento comenzamos a "clasificar" los estudios, y en esa clasificación ya empezamos a perder matices. Resultó que la música se parecía a la pintura, y la economía a la matemática, y dejamos en un segundo plano la estructura matemática que conlleva la armonía musical, o la sutileza de la psicología humana que tan bien plasma la pintura y de la que dependen las decisiones económicas.

    De "clasificar" a "ordenar" sólo había un paso, así que primero colocamos las enseñanzas "técnicas" y luego las "humanísticas" y claro, con el crecimiento exponencial de la información en cada enseñanza no había tiempo para llegar a todo así que mejor nos quedamos con lo que está colocado en primer lugar, ¿no?.

    Lo malo es que a veces, después de años dedicado a las enseñanzas "de primer nivel" descubres que en realidad lo que te llena es otra cosa. O, mucho peor, que transcurrida gran parte de tu vida ni tan siquiera sabes qué es lo que de verdad te llena. Y quizá la clave se esconde en "El nombre de la rosa", pero tú ni siquiera lo sabes.

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  2. Querido FHM:

    Compruebo con resignación cristiana que, en el fondo, lo que te ocurre que es a ti también "Te duele España", y esto no se arregla con una versión 2.0 de las andanzas de Fray Guillermo, sino con una actuación firme y decidida de un nuevo Bernardo de Gui o, en su defecto, con una versión digital, apta para iPad, en la que te lean la novela de forma automática y, de paso, de pongan algunas imagenes evocadoras (en España, éxito asegurado de la escena de Adso en la cocina). (Ironía off)

    O cambiamos el sistema educativo, o en unos años -no demasiados- tendrán que hacer una verión 3.1. de las vocales y un abecedario asistido con "comodín del público". No se trata de simplificar lo erudito, sino de dar erudición a los simples -a cada cual, en la medida se sus posibilidades- y, como bien apuntas, no establecer como panacea del conocimiento la hiperespcialización.

    Habrá que recuperar al hombre del renacimiento.

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