martes, 18 de octubre de 2011

No, no es irrelevante

En el plano de los conceptos, si se tienen claras ciertas ideas, la cuestión se dirime fácilmente. Basta poner en forma de silogismo una constatación de hecho y un principio.

El hecho, primera premisa, es que no existe ningún conflicto entre España y el País Vasco –cualquiera que sea la definición que se quiera dar a este término-. Años y años de rebañar a un pobre estado que hace de don Tancredo puede llevar a nuestros nacionalismos patrios a pensar que su causa pueda estar mejor fundada. Y, sin duda, la manipulación ad infinitum, cansina, del lenguaje puede conducir a gentes de buena fe –sobre todo, a algún turista de postín- a creer que las cosas son distintas de lo que son, pero la realidad no parece resistir un análisis serio. Ni existe ni existió jamás una entidad política sojuzgada y en conflicto con España –mejor no metamos a Francia en semejante delirio, por conservar unos mínimos, si no de cordura, sí de sentido del ridículo-, ni existe ni existió jamás un “pueblo vasco” sometido por una potencia ajena. Desde luego que existen los vascos, qué duda cabe (como si pudiéramos olvidarnos), y desde luego que han tenido un papel, y muy activo, además, en las cuitas entre españoles. Ha habido, a lo largo del tiempo, españoles sojuzgados por distintos españoles, y siempre ha habido vascos en ambos lados.

El principio, segunda premisa, es que la paz, en sí, no es un valor. La paz es un estado. La justicia sí es un valor. Y, obviamente, paz y calma, quietud, no son lo mismo. Es posible edificar una paz en ausencia de justicia, de libertad… es posible construir muchas paces diferentes. Y no todas resultan deseables. No es cierto que “cualquier cosa que contribuya a la paz es positiva”, al menos no si antes no se ha especificado qué clase de paz es la que se busca.

Del hecho y el principio se sigue, con sencillez, una conclusión: lo sucedido ayer en San Sebastián es una fenomenal impostura, si no directamente una infamia. Y, además, un absurdo, una pérdida de tiempo, porque no existe, no puede existir, relación de intercambio alguna entre el cese de la actividad criminal y cualquier otra cosa (a salvo, quizá, los beneficios penitenciarios ya reglados).

Pero las cosas no son tan sencillas, me temo.

En primer lugar, porque resulta evidente que la sociedad española –casi en su conjunto- no asume el razonamiento anterior, o no lo asume con la claridad que lo acabo de plantear. Es, a mi juicio, muy infantil empecinarse en esas frases huecas tan del gusto de mucha gente –de mucha gente a la que le encanta despachar cuestiones complejas con recursos banales- respecto a que no hay componente político alguno en la violencia etarra y que la violencia “no puede tener contrapartidas políticas”. En primer lugar, existen múltiples ejemplos históricos que desmienten ese aserto, empezando por la propia experiencia española reciente. ¿Es que hay alguien con un mínimo de honestidad intelectual que se atreva a negar que ETA ha sido un actor político, y de primer orden, en la política vasca y española de los últimos cuarenta años? Es más, si ETA no es un actor político, ¿a qué viene ese lenguaje tan habitual no en boca de la propia ETA, sino de quienes la combaten? ¿Qué sentido tienen frases como esa de que “lo único que se espera escuchar de ETA es que deja las armas”, “se disuelve”, “pida perdón”…? A buen seguro, habrá quien quiera oír ahí expresiones de firmeza, pero “se disuelven” las organizaciones, “se rinden” o “dejan las armas” los ejércitos y, desde luego, no se acierta a ver qué pinta aquí el “pedir perdón” –consideraciones morales aparte-. Las bandas criminales no “se disuelven” porque no existen sino como meras agrupaciones de individuos, simplemente se desarticulan, se detiene a sus miembros y se les encarcela. Y si piden perdón o no es cosa entre ellos y sus víctimas, algo a lo que el poder punitivo del Estado es perfectamente ajeno.

Aunque nos pese, no somos ciegos y sordos a lo que ETA hace y dice. Y esto, de nuevo, no es más que una constatación de hecho, no un juicio moral. ETA no mejora ni empeora por esto. Es igual de execrable, igual de repugnante. Pero engañarnos no lleva a ningún sitio. La realidad es que hemos comprado que ETA no terminará, o no tiene por qué terminar conforme prescriben las reglas naturales del Estado de Derecho. Me temo que no discutimos si se va a negociar sino qué se va a negociar.

Asumamos, pues, mentalidad de negociadores y asumamos también que los nuestros hacen su trabajo. Aclaro que, “los nuestros” son quienes, por nuestro lado, dirigen o están llamados a dirigir el proceso: el gobierno español. Como el “gobierno español” es ahora un concepto difuso, hay que hacer un fenomenal ejercicio de buena fe, que algunos calificarían de ingenuo, y dar por sentado que todos, sean quienes sean, compartirán el mínimo exigible a cualquier negociador: dar las menores contrapartidas posibles.

Tómese todo lo anterior como un largo prólogo para lo que sigue. Si mis premisas son ciertas, es decir, si hay que valorar la reunión de ayer desde una perspectiva meramente utilitarista, no se puede concluir sino que ha sido un error. Un error importante, además. Y un error cometido fundamentalmente por el PSE.

He leído hoy a algún vocero socialista cosas tan epatantes como que “la conferencia debe valorarla quien la convocó”. El intento de zafarse de la propia responsabilidad resulta patético, sinceramente. Aun no termino de entender a qué demonios fueron, y por qué tomaron la palabra si, al parecer, el acto les parecía perfectamente irrelevante y no se iban a sentir vinculados por el resultado.

Pero no, no creo que sea irrelevante. Tampoco puede despacharse la cuestión diciendo que, al fin y al cabo, la conferencia no ha hecho sino repetir lo mismo que ya dice la izquierda proetarra –que son, por cierto, “quienes convocaron”-. “Lo mismo” pero dicho por cierta gente, no es igual. El lenguaje del comunicado final, con esa lacerante equiparación entre la violencia legítima del Estado y la violencia criminal o, en fin, con cuidadosa dispensa del calificativo “terrorista” para referirse a ETA (lo comprendo, lo comprendo, insultar al anfitrión no está bien visto en las reuniones diplomáticas ni en las reuniones en general…) es, en efecto, típico del entorno de la propia ETA, pero resulta especialmente ofensivo en boca de cierta gente.

Tampoco cabe, creo, calificar a los abajofirmantes de turno de indocumentados, ignorantes de la situación vasca y española o, en fin, de mariachi de algún mediador profesional. Obviando al señor Adams y al inefable abogado surafricano, la foto de familia incluyó todo un ex secretario general de la ONU, un ex primer ministro de Irlanda y una ex primera ministra de Noruega. No es poco. Afortunadamente, se evitó la presencia de Tony Blair.

No, ni me parece irrelevante, ni me hace ninguna gracia. Ni creo que augure no ya el tipo de final que deseamos para ETA –eso, creo, está ya fuera del ámbito de lo posible, porque no lo queremos, en el fondo, no la mayoría- sino ni siquiera un final digerible. Es un error, con posible enmienda, pero un error importante. Admito, por supuesto, que se pueda pensar lo contrario, pero me resulta muy difícil que me intenten convencer de que nada ha sucedido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario