lunes, 3 de diciembre de 2012

El fin de semana de los patriarcas

Fin de semana para la nostalgia en el campo socialista. Confieso que he tenido que recurrir más de una vez a los pies de foto para saber quién era quién en las varias estampas de González y sus ministros de aquellos –a juicio de algunos- maravillosos años. Yo era muy pequeño y muchos de ellos han cambiado bastante. Treinta años hace ya de aquella toma de posesión, tras una victoria electoral de las que solo se dan por incomparecencia del contrario, como fue el caso.

En su discurso a la familia, el González transmutado en patriarca dijo lo esperable: que el partido debe volver a hilar un discurso de mayoría. Debe recentrarse. Porque el ex presidente opina, me temo, lo que otros conmilitones y muchos observadores, que el PSOE se encuentra completamente desarbolado, víctima del colosal error de convertir el tacticismo en estrategia, de renunciar por completo a cualquier clase de núcleo básico de ideas –llámense “principios” si se prefiere- para devenir una especie de sustancia maleable hasta el infinito, capaz de las contorsiones más inverosímiles en busca de alianzas imposibles. Así las cosas, el que fue no ya partido vertebrador de la izquierda, sino quizá de la democracia española en su conjunto, entró por méritos propios en una crisis que va más allá de la que aqueja a la socialdemocracia europea en general.

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que algunos temimos que el PSOE pudiera resultar una versión perfeccionada del PRI. Un tiempo en que no solo parecía cosechar mayorías holgadas en las urnas –abrumadoras, más que holgadas- sino que disfrutaba de una hegemonía en simpatías y afinidades que hoy resulta difícil de creer. Si el predominio de la izquierda en ámbitos culturales, universitarios, intelectuales, sociales, etc. parece hoy incuestionable, solo hay que hacer algo de memoria para recordar esa sensación de monolitismo, de imposibilidad de alternativa en ningún ámbito. Esa fuerte sensación de mayoría “natural” que lo invadía todo. Desde esa perspectiva, el cambio o era anecdótico o era contra natura, pero no podía ser otra cosa.

Da la sensación de que la mayoría absoluta del PP en 2000 sumió al mundo socialista –además de en la histeria- en un estado de pavor ante lo que ya no podía considerarse una mera grieta en ese aparentemente sólido edificio. El PSOE –y entiéndase por tal no solo el partido, sino el amplísimo conglomerado de intereses que representa- pudo, entonces, reaccionar de diversas maneras. Quizá lo más sensato hubiera sido asumir pura y simplemente las reglas ordinarias de la democracia, aceptando que, siendo uno de los partidos llamados a representar el mainstream de nuestra sociedad, quizá no era el único. Sentarse a esperar, en suma, que ocurriera lo que terminó por ocurrir, es decir, la formación de una nueva mayoría favorable. Pero no, el PSOE no decidió eso. Decidió perderse. Decidió no afrontar el obstáculo, sino rodearlo. Abandonar el centro y atacar por las alas. Maniobra de alto riesgo, aparentemente brillante en primera instancia, de resultado catastrófico después.

El retorno al centro del campo puede revelarse penoso (inciso: quizá CiU podría escarmentar en cabeza ajena…), tomar tiempo y reflexión. Una reflexión que bien puede equivaler a una refundación. El socialismo español debe asumir errores, y debe asumir que su “destino manifiesto” estaba impregnado de un tremendo coyunturalismo. Que su carácter de “partido elegido” obedecía en buena medida a que no había elección posible.

No sé si es casual que, en el fin de semana del homenaje a González, El Mundo haya publicado una entrevista extensa con Aznar. Suena a contraprogramación. Erigido también en patriarca, su tono es de estadista. Sus preocupaciones están en la suerte de su legado –dilapidado por ese Zapatero que, me temo que a ambos lados, es epítome de todos los males- y en España. Ciertamente, no en el partido, que goza de excelente salud. Ahora son ellos los que ganan elección tras elección por incomparecencia, incluso perdiendo votos en números absolutos. Pero tienen enfrente la nada. Supongo que el propio Aznar soñó más de una vez con esto, en aquellos lejanos finales de los ochenta, cuando el socialismo se antojaba inexpugnable.

Es paradójico pero, ahora, cuarenta años después, se pregunta uno si no le ha ido mejor al centro-derecha sin otra legitimidad que la de ejercicio o a un centro-izquierda empachado de legitimidad de origen. En el fin de semana de los patriarcas las cosas no son, ciertamente, como nos las hubiéramos imaginado en aquel tiempo en el que los tipos de la foto aún no peinaban canas.

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