domingo, 18 de marzo de 2012

En Alemania hay pobres

Hace ya unos días me llamó la atención cierta información dada en el telediario de máxima audiencia de Televisión Española, que venía a insistir en cierta línea detectable en ese medio y en otros afines a la izquierda española (inciso: curiosamente, en la etapa zapaterista, la televisión pública en España había alcanzado, a mi juicio, encomiables cotas de neutralidad que, cosa paradójica, parece haber perdido de modo súbito tras el cambio de gobierno, pero escorándose al lado no esperable, es decir, hacia el color político del perdedor – perdedor de las elecciones, claro, cuyos partidarios trufan los servicios públicos en general). El corresponsal de TVE en Berlín venía a contarnos que en Alemania hay pobres.

Así, como lo leen. En Alemania hay gente, bastante gente que, para estándares alemanes, gana poco dinero. Es, por tanto, pobre en Alemania. Parece que la cifra que marca el umbral de la pobreza allí está en torno a los novecientos euros mensuales. Y es mucha, se ve, la gente que llega a duras penas a esa cuantía. Así pues, no todos los alemanes pueden comprarse un bólido y veranear en Mallorca. Van justitos y eso, claro, que, como para la mayoría de los europeos, el sueldo es para gastos de bolsillo, porque de buena parte de las cosas de comer –educación, sanidad, transportes y demás- ya está el contribuyente, o sea los alemanes que sí ganan algo más, a través del “estado de bienestar” (que, en ocasiones, parece que es menos generoso que el andaluz, pongamos por caso).

Y esto, ¿por qué es una noticia que merezca ocupar un par de minutos en el informativo de máxima audiencia de la cadena pública española, habiendo tantas cosas que contar –incluso cosas que pasan en Alemania-? ¿Acaso no es un poco banal la noticia? Ciertamente, a uno le da por pensar que el corresponsal de TVE en Berlín no va a pasar a los anales del periodismo de investigación por desvelar que no todos los alemanes viven igual. Pero tampoco en un secreto de qué se trata. Lo que el periodista trata de hacer es poner de manifiesto la cara oculta del paraíso germano, la trampa tras las acomplejantes, por bajas, cifras de paro: Alemania logra esos brillantes registros porque tiene empleos basura que remunera con bajos salarios (¡así, cualquiera! Proclamará más de uno). Y, puesto que Alemania se autopostula como modelo a seguir, como pauta que deben aplicar los demás, el liderazgo germano queda así desenmascarado y deslegitimado; por extensión, quedan deslegitimadas también las políticas seguidistas, que se avienen ciegamente al diktat alemán y a las nada veladas instrucciones de la Bundeskanzlerin.

¿Alemania hace trampas, entonces? No, más bien nos muestra un cuadro bastante realista de lo que es una economía productiva.

Lo que se deduce del análisis del intrépido corresponsal es que los alemanes parecen percibir salarios en función del valor de los servicios que prestan. Idea que buena parte del resto de Europa tiende a percibir como descabellada pero que no se antoja exenta de lógica, a poco que se piense. Dicho de otro modo, su mercado de trabajo tiende a formar precios de modo sensato. Alguien que aporta poco percibe poco. Un trabajo de escaso valor añadido recibe una remuneración magra, en tanto que otro de alto valor es remunerado en mayor cuantía. Por estos pagos preferimos sobrepagar algunos empleos, asegurando que mucha gente no perciba salario ninguno. La cuenta cuadra igual y el discurso sindical de los “derechos” queda a salvo, pero está por ver que, amén de tener algún sentido económico, se trate de algo socialmente más justo.

Las sociedades del norte de Europa no se han pasado al liberalismo económico salvaje, precisamente, pero tampoco han alcanzado su estatus presente mediante una suerte de reedición del milagro de los panes y los peces. Hace tiempo que decidieron que limitar la eficiencia de los mercados de factores –el trabajo, el principal- no era el camino adecuado. Los “derechos” se salvaguardan después, ya en sede fiscal, mediante las políticas tributarias que financian los servicios que han hecho famosas a esas sociedades, servicios que, por cierto, en ocasiones palidecen al lado de los que, a crédito, se prestan en otros países. Todo ello, por supuesto, combinado con una ética del esfuerzo y la austeridad desconocidos en el mundo Mediterráneo.

Lo verdaderamente grave de todas esas pseudonoticias es que alimentan la idea de que hay alternativa. No me refiero, por supuesto, a las políticas de Merkel, que es posible que la haya, a la existencia de alternativas a un modelo centrado en el esfuerzo, en el que generación y redistribución estén netamente separadas. Parece que se insiste –al estilo de los socialistas en la campaña andaluza- en que, si cerramos los ojos y aguantamos la respiración, esto pasará o, todo lo más, pasará con cambios menores. Será posible, por tanto, conservar lo medular de la idea tan grata a la izquierda de que lo que uno haga no tiene por qué tener efecto alguno en lo que uno obtenga, de que lo que se recibe pueda no estar en absoluto relacionado con lo que se aporta.

En síntesis, lo que nos vienen a decir es que tiene futuro esta sociedad en la que parece mejor ningún empleo que un mal empleo.

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