Contemplen esta
foto que acompaña a un tuit. Como toda instantánea, puede que sea engañosa.
Puede que los chicos hayan atendido a las explicaciones del guía o del profesor
que les haya presentado la obra y, tras contemplarla, estén distraídos, con sus
móviles. Pero lo que se ve es aterrador. El cuadro del fondo, sí, es “La Ronda
de Noche”, una de las obras maestras de Rembrandt, uno de esos cuadros
inconfundibles. Puesto que es “La Ronda de Noche”, hay que concluir que la foto
se tomó en su casa habitual, el Rijksmuseum o puede, también, que fuera en
algún otro lugar donde estuviera temporalmente expuesta en préstamo. Los chicos
y chicas de la fotografía –yo diría que tienen entre doce y quince años,
probablemente son de la misma clase o en todo caso han ido en grupo- están
concentrados en sus móviles. No miran el cuadro. Es como si no estuviera. El
desdén es absoluto. Ni uno, ni uno solo parece sentirse atraído, capturado por
la magia de uno de los cuadros más bellos y más famosos nada menos que de
Rembrandt. Las tres chicas en primer plano parecen compartir alguna imagen o
curiosidad en el teléfono. Si no fuera por eso, los miembros del grupo tampoco
parecerían interactuar entre sí. No se hablan, no se miran, no bromean, no
hacen chascarrillos.
Es patético.
Supongo que los campeones de la educación en
aptitudes podrán sentirse orgullosos y estar contentos. Parece evidente que los
chicos de la foto se desenvuelven muy bien con la tecnología. Y es también
evidente que en internet hay profusa información sobre “La Ronda de Noche”,
sobre Rembrandt, sobre el Rijksmuseum, sobre Ámsterdam y sobre muchas cosas. Es
evidente, por tanto, que cuando los chicos quieran saber algo del asunto,
tendrán todos los recursos a su alcance y, acreditadamente, la destreza que se
precisa para explotarlos. No tengo ningún motivo para afirmar ni para creer que
su falta de interés en la obra que cuelga de la pared a sus espaldas vaya a
impedirles, en el futuro, ser excelentes técnicos en cualquier materia.
Personas productivas, mucho mejor preparadas que sus padres, supongo. Sí me
permito dudar que vayan a ser competentes ciudadanos. Pero lo que más duele es
ver cómo a estos chicos les están robando.
“La Ronda de Noche” es un cuadro. Verlo, en un
sentido inmediato, requiere unos pocos segundos. Es posible, casi seguro, que
los chicos lo hayan visto. Es muy probable que ni siquiera pudieran evitarlo.
Es un cuadro de gran formato. Entraran por donde entraran a la sala –casi seguro
que al entrar iban mirando al móvil, pero en algún momento levantarían la
vista, supongo, para hacerse un retrato, para no tropezar o, menos probablemente,
para hablar con algún compañero- tuvieron que verlo.
Mirar “La Ronda de Noche” es una operación intelectual
mucho más compleja. Mirar el cuadro con pleno aprovechamiento –haciendo de ello
una experiencia estética- exige unos ciertos conocimientos previos.
Paradójicamente, para mirarlo bien hay que haberlo visto antes, en fotografías,
en libros, en catálogos… fuentes que informan sobre el cuadro, sobre Rembrandt,
sobre la pintura en general. Solo desde ese previo acopio es posible mirar, ver
y gozar. En ausencia de todos esos pasos anteriores, un museo no se distingue
demasiado de un almacén.
La mayor parte de los conocimientos necesarios
para mirar correctamente “La Ronda de Noche” pertenecen al campo de las “listas
de ríos”, es decir, son conocimientos –no aptitudes: para educar el gusto y
disponer de un mínimo criterio cultural no se exige emular a Rembrandt ni saber
pintar en absoluto-, datos, nociones puras y duras sin ninguna aplicación
práctica inmediata. No sé si se puede ser mejor ingeniero disponiendo de esos
conocimientos, sí creo que se puede ser mejor médico o abogado, pero en ningún
caso la relación entre los conocimientos y la mejora es obvia ni directa. En
otras palabras, aquello que haría que los chicos se sintieran atraídos por “La
Ronda de Noche”, que no pudieran apartar la vista del cuadro, forma parte del
ámbito de lo suprimible, de lo inútil y, por tanto, de aquello que, si no ha
salido ya de los currículos, lo hará pronto.
Ya digo que esto me parece un robo. Un robo
cruel. Las teóricas generaciones mejor preparadas que, desde cierto punto de
vista, sin duda lo son, están siendo privadas del acceso a la cultura superior,
no sé hasta qué punto de modo intencionado o simplemente como consecuencia de
unos métodos pedagógicos para los que nadie propone una enmienda seria. Y esto
es grave, muy grave. En primera instancia, por supuesto, a una escala puramente
individual: las nuevas generaciones afrontan un empobrecimiento espiritual del
que son responsables, por supuesto, las que las precedieron. Las mismas personas
que se responsabilizaron de vestirlos, alimentarlos y enseñarles a manejar con
destreza aparatos electrónicos debieron, deben, proveer a esos adolescentes los
medios para disfrutar de la contemplación de “La Ronda de Noche”. Al menos,
darles la oportunidad. Es muy grave también, claro, a escala social. La
cultura, la cultura superior –no hay que ir muy lejos en la definición: me
estoy refiriendo al arte y las disciplinas humanísticas en sus grandes
tradiciones, conforme a los cánones que todos tenemos en mente y que, por mucho
que el término se haya malbaratado, aún nos vienen a la cabeza cuando oímos
hablar de “cultura”- es básica en la formación del espíritu crítico. En su
ausencia, no hay debate riguroso posible, no hay democracia avanzada posible.
Una generación que no puede acceder a las
grandes obras del pensamiento y del arte, que, parafraseando a Vargas-Llosa, no
puede ir más allá de una cultura (y una civilización) del espectáculo está
condenada a vivir una democracia del espectáculo también.
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