martes, 30 de diciembre de 2014

ELOGIO DE AMAZON


Interesante entrevista en El País de hoy (aquí) con el escritor y editor italiano Roberto Calasso. Una idea muy interesante: la repugnancia por los intermediarios y su rechazo a lo que denomina la “ideología Amazon” (la “ideología” del “acceso”).

Es cierto que el mundo contemporáneo se caracteriza por un “rechazo al intermediario”. Normalmente, rechazo tanto más intenso cuanto más lejos está ese intermediario del proceso creativo. Tomando como arquetipo la relación entre escritor y lector, tradicionalmente el autor estaba separado del destinatario final de su trabajo por tres escalones sucesivos, dos necesarios y uno contingente: el editor, el crítico y el librero. Editor y librero solían ser ineludibles, el crítico menos, pero su labor era importante: la gente conocía de los libros por las críticas, por las reseñas, por las pre-lecturas que, se suponía, hacía gente con  criterio a la que cabía atribuir cierta autoridad. De todos ellos, sin duda, el editor estaba y está más cerca de la creación literaria de la que, si hace correctamente su función, puede decirse que es legítimamente copartícipe. El libro que llega a manos del lector es el libro editado, el libro tamizado por alguien que, si además de ser un empresario cultural ama los libros, habrá mejorado el producto original. El librero era, en fin, el poseedor no sé si de la llave del éxito del autor, pero sí de las llaves de lo accesible al lector. Solo se podía leer aquello que había en las librerías a las que uno tuviera acceso. Por eso, antaño, los viajes a las grandes ciudades o a las ciudades más grandes que la de uno, o más surtidas, tenían siempre un aire festivo para los bibliófilos: al salir de la ciudad propia se rompía el círculo de las limitaciones impuestas por el elenco de librerías disponibles. Si, además, el viaje era más allá de las fronteras propias, a ciudades importantes en países con lenguas ajenas, la emoción era incluso más intensa. Se partía con la certeza de que las maletas pesarían más a la vuelta y se volvía con el pesar de no tener más espacio para cargar.

Estos tres roles han corrido diversa suerte. No todos los intermediarios han sido objeto de rechazo en la misma medida. Sin duda, es el librero quien se ha visto más perjudicado por la “accesibilidad ubicua” que ofrecen los sitios en internet y las librerías on-line. ¿Debe esto valorarse como un progreso? Claro que nada puede sustituir, para el bibliófilo verdadero, el ceremonial de la visita a la librería, el estar físicamente entre libros, tenerlos en las manos, percibir el olor del papel y la tinta, echar horas con ellos y, por supuesto, el placer se redobla cuando la librería está atendida por un librero competente, capaz de prestar ayuda, conversar sobre libros y encontrar lo inencontrable. Pero no es menos cierto que las librerías físicas imponían la limitación a la que me acabo de referir y que el propio Calasso no deja de reconocer: restringían el universo de lo posible. Umberto Eco en su Cómo se hace una tesis doctoral asumía como doctorando-tipo un habitante de una ciudad no muy grande (de hecho, toma como modelo su Alessandria natal) y, por tanto, con acceso limitado a fuentes bibliográficas; Eco admitía, por tanto, que no era realista para quien no tuviera la fortuna de vivir en un gran centro cultural y no tuviera los medios para desplazarse acometer ciertas investigaciones: la elección del tema de la tesis, para empezar, tenía que acomodarse a los recursos disponibles. Incluso una ciudad grande como Madrid, capital de un país con una lengua universal, presentaba importantes limitaciones cuando se trataba de acceder a libros sobre ciertos temas y, sobre todo, en otras lenguas (no hablo de lenguas exóticas, me refiero a idiomas tan significativos como el italiano o el portugués – sin que tampoco se pueda decir que los recursos en inglés, francés o alemán fueran generosos).

Los Amazon y demás centros on-line han pulverizado esos límites. Es cierto que no han desaparecido del todo –quien desee adquirir libros antiguos, por ejemplo, seguirá experimentando dificultades, pero incluso estas se verán mermadas gracias al “acceso infinito” que proveen páginas especializadas. Las librerías on-line no solo nos permiten acceder a todo lo que se publica en nuestro propio idioma tanto o más ágilmente que cualquier librería física, sino que permite acceder con pareja rapidez a obras en todas las lenguas que uno sea capaz de leer, prescindiendo de la muleta de la traducción. Gracias a los Amazon de este mundo, es posible para un particular crearse una biblioteca multilingüe propia sin necesidad de viajar a los grandes centros de edición.

Y eso es positivo, creo. La visita a la librería seguirá siendo uno de los grandes placeres de la vida –no digamos ya si la librería es hermosa, surtida y está en una de esas ciudades a las que siempre se quiere volver- pero la necesidad primordial está atendida ahora por fuentes con muchas menos limitaciones. Supongo que sigue habiendo diferencias entre el estudiante de Alessandria y el de Turín, pero el universo de materias sobre las que el primero puede hacer hoy su tesis se ha ampliado considerablemente.

Afirma Calasso, no obstante, que “sin embargo, no he notado que se haya producido un particular desarrollo, jóvenes que escriban una tesis magnífica…” Y es, probablemente, cierto, pero esto apunta a otro problema diferente, ya subrayado por diversos autores: información y conocimiento no son la misma cosa. El hecho de que los libros sean más accesibles y que lo sean en múltiples soportes, por sí, no garantiza que se lea más ni que se lea mejor. Incluso puede ocurrir –y no es improbable que esté ocurriendo- que la calidad de nuestro conocimiento se degrade. Pero eso no debería obstar a la bondad de que la información sea accesible. Si la accesibilidad de la información no despliega los resultados apetecidos –y esperables, en principio- o incluso si resulta en mayores carencias de las que había, en un conocimiento más superficial, es cosa que deberá remediarse por otras vías, pero no restringiendo la accesibilidad en sí. La conclusión bien puede ser que la hiperaccesibilidad de la información no solo no convierte en inútiles a los intermediarios, a los mediadores culturales sino que, al contrario, los convierte en más necesarios que nunca solo que de otra forma. Precisamente porque tenemos acceso a fuentes virtualmente inagotables de datos necesitamos más ayuda para sacar provecho de ellos, más ayuda para explotarlos y ordenarlos. Como es posible leerlo todo, nos viene mejor que nunca que nos enseñen a leer correctamente, con sentido crítico.

No le pidamos a Amazon lo que no puede  ni pretende dar. Ya da bastante. Pone a nuestra disposición un caudal inagotable de recursos. Cumple perfectamente una función de intermediario creador de surtidos, quizá mejor de lo que nadie la ha cumplido nunca. A partir de ahí, ni sustituye al librero que vende mucho más que un libro –decir que un librero vende libros es tan banal como decir que el cocinero de un restaurante gastronómico vende alimentos- ni sustituye en sus funciones a los mediadores culturales. Si la oportunidad se pierde no es culpa de Amazon.

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