viernes, 4 de noviembre de 2011

Cuentos griegos

He de reconocer que el referéndum es una institución política que me parece cada día más sospechosa. Soy de la opinión de que los poderes delegados, y los poderes de los responsables políticos lo son, son para ejercerlos. Por tanto, el pueblo debería ser consultado solo en aquellas ocasiones en las que resulta verdaderamente necesario, esto es, en aquellas ocasiones en las que se vaya a alterar las reglas del juego o se pretenda disponer de bienes públicos, en sentido amplio, que no estén al alcance de un gestor ordinario . Cuando se vuelve al constituyente para dirimir cuestiones que correspondería tratar a los poderes constituidos suele haber detrás una abdicación de responsabilidad, una búsqueda de coartadas. Ya nos enseñó Constant que la “libertad de los modernos”, por oposición a la “libertad de los antiguos” consistía en la libertad del ciudadano de ocuparse o no de las cuestiones públicas, salvo en aquellos casos en los que ello resulta imprescindible. El retorno de esos deberes que consideramos rectamente cedidos a quienes, también en uso de su libertad, proclaman su interés y gusto en hacerse cargo de ellos supone, por tanto, una violación de nuestra propia libertad. La famosa “búsqueda de legitimidad” que suelen argüir los políticos que apelan al respaldo popular tiene otros canales, en buena medida más arriesgados para ellos: las mociones de confianza o, en última instancia, las convocatorias electorales.

Dicho eso, la propuesta de Yorgos Papandreu de someter a referéndum el ya famoso plan de rescate de Grecia –que, por cierto, me gustaría conocer algún día en detalle, si es que existe algún documento terminado que lo exponga-, extemporánea e imprudente, quizá, no me hubiera parecido del todo indecente. Es cierto que los cálculos económicos implicados por las diferentes alternativas revisten un aire técnico que, a primera vista, los erige en la materia menos apropiada para someterla al juicio del pueblo lego, pero no creo que, recta y lealmente formulada, la pregunta hubiera sido incomprensible y, desde luego, resulta menos técnica de lo que parece. La pregunta, que supongo que jamás hubiera sido formulada así hubiera debido ser, quizá: "¿desea usted que Grecia se suma sola, en un acto de soberanía plena, en un abismo insondable o, previa cesión a terceros de buena parte de esa soberanía, prefiere ahogarse solo a medias, en la expectativa de poder aguantar la respiración?"

Caben formulaciones alternativas más o menos elegantes, desde luego, pero no creo que el fondo de la cuestión sea muy diferente. Supongo, eso dicen los expertos al menos –cuya acreditada trayectoria no deja lugar a dudas-, que la respuesta correcta es que es mejor ser buen chico, aceptar el oprobio de la condonación parcial –más liviano que el de la quita forzosa total- y asumir los draconianos (nunca mejor dicho) planes de austeridad que se requieran para atender a la parte no condonada de las deudas. Eso sí, recibiendo los magros ingresos de uno en robustos euros que son al tiempo moneda y timbre de orgullo y no en lánguidas y vergonzantes dracmas. Me concederán que el panorama, como mínimo, es para que el resultado fuera incierto.

Al caso, de esto, como decía nuestro clásico, no hubo nada. O eso parece. Papandreu se la envaina y hará lo que sea menester para recibir el óbolo de Merkel y sus socios (casualmente, un "óbolo" era un centésimo de dracma, creo). La vertiginosa semana deja, eso sí, importantes resultados en clave interna. Quizá eso era lo que buscaba el político griego. Si, como se barrunta, hay gobierno de concentración, paliará un poco su terrible soledad y arrastrará a su oposición a un compromiso del que, hasta ahora, huye. Hay quien también ha dicho que, simplemente, lo que le ocurre a Papandreu es que no aguanta. Y es comprensible. No debe ser nada fácil levantarse todos los días en el ojo del huracán, de cumbre europea en cumbre europea y de huelga general en huelga general. De hecho, lo que no sé es cómo le siguen quedando ganas de seguir. Aunque la idea de las elecciones anticipadas con perspectiva de perderlas es anatema para un político normalmente constituido, imagino que debe ser tentadora la perspectiva de endosarle ciertos muertos a quien insistentemente te lo reclama… Máxime cuando te lo reclaman desde un partido político que, hace apenas dos años, sostenía a un gobierno bajo cuya égida se construyo la catarata de mentiras que permitió la entrada de Grecia en el euro. Le llaman cobarde. Pero ser cobarde también es humano.

Y es que, si me cuesta entender en qué consiste el plan de rescate de Grecia, menos aún consigo comprender cómo es posible que Grecia haya llegado donde está. Pero, sobre todo, lo que me deja perplejo es por qué a nadie parece interesarle.

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