lunes, 21 de noviembre de 2011

Nos hemos quedado sin centro izquierda

Por un momento, antes de iniciarse el recuento, los sondeos “a pie de urna” parecían avalar, siquiera un poco, ese barrunto del sentido común que decía que no podría ser el león tan fiero como lo pintaban, que el margen sería menor de lo que pronosticaban las encuestas de campaña. Ciertamente, los trece puntos de las israelitas no eran como para tirar cohetes, pero no eran tampoco el peor escenario. Lo que vino después demostró ser bastante peor, no porque creciera el voto al PP, que sí estaba, a todas luces, bien estimado, sino porque el PSOE se precipitó a una sima tan honda que solo los más viejos del lugar podían recordar: cifras tachadas, muy ajustadamente de “preconstitucionales”, porque correspondían a las elecciones del 77.

Ya han apuntado algunos analistas que es más ajustado hablar de derrota del PSOE que de victoria del PP. Nuestros socialistas han hecho bueno eso de que las elecciones no las gana la oposición sino que las pierde el gobierno, pero en superlativo. Entendámonos, no hay que quitar mérito a los populares. Parece que los casi once millones de votos cosechados fueran moco de pavo. No lo son, ni mucho menos, y si algo acredita el ciclo que ahora se cierra –el ciclo iniciado tras la desdichada elección de 2004- es la extraordinaria fortaleza del partido conservador español, que ha acreditado un suelo berroqueño y una capacidad de acantonarse en sus feudos que le ha proporcionado una óptima base desde la que cimentar su abrumadora victoria regional, primero, y un gran triunfo nacional después.

Pero los méritos del PP no son, por sí solos, bastantes para explicar la debacle socialista. Es necesario aludir, claro, a los impresionantes deméritos acumulados por el zapaterismo. Por supuesto que existen factores coyunturales –si es que la crisis económica puede ya calificarse de “coyuntural” toda vez que dura ya años-; los mismos que han dado mala vida al resto de gobiernos europeos que tuvieron la desdicha de estar en el sitio más visible en el momento menos oportuno. Es probable, sí, que la rocambolesca convocatoria a cuatro meses vista le haya ahorrado a nuestro inefable leonés, en realidad, una salida a lo Papandreu y, en fin, que, se hubiera puesto como se hubiera puesto, ni él ni ningún candidato designado por él hubiera tenido chance alguna. Pero quiero pensar que la magnitud de la catástrofe va más allá de lo que cabría esperar del natural cabreo del respetable ante las desgracias del día a día. Quiero pensar que los españoles, consciente o inconscientemente, han querido poner en su sitio un experimento frívolo, de enorme coste para la sociedad española –como, por cierto, con exquisita crueldad denuncia hoy El País (aquí)-; castigar una gestión difícilmente defendible y, también, una campaña a base de claves antiguas que, a estas alturas, resultan un verdadero insulto a la inteligencia de los ciudadanos.

El PSOE ha quedado varado en una situación muy difícil. Como decía hace unas pocas semanas Carlos Malo de Molina –que daba por hecha una mayoría absoluta del PP, sin posible vuelta atrás- el problema real no estriba tanto en la derrota de ayer, que es reversible, a buen seguro (lo que no tengo tan claro es qué opinará Malo de Molina, a la vista de la distancia, sobre la probabilidad de reequilibrio en un ciclo normal, de 8-12 años como máximo) como en la pérdida casi absoluta de poder regional y local, con visos de empeorar, ahora que se le ven claramente las orejas al lobo tras Despeñaperros. Es posible que estemos, por tanto, ante un verdadero fin de su ciclo como partido hegemónico en la democracia española. No lo lamento, desde luego. La corrección política impone decir que el PSOE es un partido “necesario” para la vertebración de nuestro espacio de convivencia. No es cierto. Lo que necesitamos, por supuesto, es un gran partido de centro izquierda que dé el relevo al ahora todopoderoso centro derecha. Pero ojalá lleguemos a tener, a no mucho tardar, algo distinto de lo que ha sido el PSOE hasta ayer mismo.

En lo que ha sido, creo, su peor error en todos los sentidos, Zapatero jugó a un juego peligroso: confiarse a una mayor capacidad de pacto (en forma de una relajación de principios) con todo el espectro extra-PP para lograr una mayoría mínima, pero suficiente para impedir la alternancia. Una elevación a nacional de una estrategia ya empleada con relativo éxito en el pasado a nivel municipal y regional, pero que empezó a quebrar en ese mismo nivel. La estrategia, muy arriesgada, ha fracasado en lo que al PSOE respecta, pero sus resultados más desastrosos siguen patentes en forma de encono de la cuestión regional.

Esa, la cuestión regional, es la herencia más envenenada, con mucho, que deja el zapaterismo. No solo no se mitigará con la evolución positiva de la crisis económica sino que, con toda probabilidad, tienda a empeorar. En Cataluña y el País Vasco, el PSOE ha seguido su pauta nacional, con tendencia al hundimiento, agravada con merecimientos locales. El PP no ha sido capaz, sin embargo, pese a su avance en Cataluña, de sustituir a las franquicias del PSOE en cada zona en el bloque constitucionalista, absorbiendo el voto perdido. Las dinámicas políticas son absolutamente diversas, pero la consecuencia práctica es, por supuesto, un reforzamiento en ambos casos de los nacionalismos –distintos también entre sí-, con muy malos augurios en el caso vasco para la estabilidad del actual gobierno regional, y una instalación de ambas comunidades autónomas en una marcada ajenidad respecto a las grandes corrientes políticas nacionales. La conjunción “y” en los latiguillos “Euskadi y España” o “Cataluña y España” empieza a cobrar un valor patente, siendo esa “España” obviamente un todo por parte, es decir, la España que no son esas dos comunidades.

Se ha dicho que el mutismo de Rajoy siembra dudas sobre cómo será el gobierno en esta legislatura. Es posible. Pero es más fácil intuir cómo será el gobierno que cómo será la oposición. No parece sencillo que un PSOE en estado crítico sea capaz de liderarla y, por supuesto, articularla, al menos durante muchos meses. El adversario del PP será un conglomerado difuso de intereses heterogéneos, a través de canales múltiples, parlamentarios o no.

Nos hemos quedado sin centro izquierda. Eso, en sí, no es bueno. No vendrá mal si logramos darnos el que una democracia madura se merece. Algo que no es el PSOE, creo.

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