domingo, 13 de noviembre de 2011

Eco por Eco mismo

Tengo entre las manos el último libro de Umberto Eco aparecido en España –en Lumen, editorial que, creo, ha publicado toda su obra en nuestro país-. Se llama Confesiones de un Joven Novelista (él es ya muy setentón, pero, al fin y al cabo, su primera novela apareció en 1980, así que, en efecto, lleva relativamente poco en el oficio). Y la lectura me está resultando de lo más agradable, como era de esperar. En esta colección de conferencias, dictadas originalmente en inglés, Eco reflexiona sobre su experiencia como autor de ficción y, a partir de ahí, claro, sobre el proceso creativo en general.

Este libro, junto con las reflexiones sobre el oficio de traductor que nos dejó en Decir Casi lo Mismo (también en Lumen, esta vez procedente del italiano y a cargo de su traductora habitual en los últimos tiempos, Helena Lozano) nos muestra a un tercer Eco o, si se prefiere, ofrece un puente entre el Eco creador de ficciones y el Eco académico. Un Eco cuya obra es el objeto, o el vehículo, de su propia reflexión. Ciertamente, los temas explorados trascienden el marco de la obra propia, pero no deja de ser interesante este metarrelato de sí mismo que ofrece el piamontés.

En las páginas del libro, Eco se nos presenta una vez más como personaje absolutamente poliédrico, con un ámbito de intereses cuya amplitud está fuera de lo común. Ciertamente, como digo, el texto permite establecer un hilo conductor que liga en una totalidad la obra del profesor con la del novelista, ofreciéndonos un cuadro integral. No es posible el uno sin el otro. El Eco de la ficción es tributario de los intereses académicos del Eco científico, y resulta obvio que, metido en novelista, nunca el erudito anda muy lejos.

El gusto por la erudición, es probablemente y a primera vista, el rasgo más sobresaliente de toda la obra “creativa” (inciso: muy interesante la reflexión sobre la oposición entre escritores “creativos” y “no creativos” con la que Eco abre plaza en su nuevo librito) del alejandrino. Carga erudita que, en honor a la verdad y salvo en ese extraordinario ejercicio de estilo –en el mejor sentido- que es El Nombre de la Rosa, tiende a abrumar al lector medio, incluso tratándose de un lector culto. En Confesiones de un Joven Novelista Eco nos explica un poco el porqué. En suma, los mundos posibles que el escritor nos ofrece en sus libros de ficción no dejan de ser mundos imbricados con su complejo mundo real. Y el mundo real de Eco, hay que reconocerlo, difícilmente podría estar más alejado de lo convencional.

Semiólogo de profesión, medievalista de vocación y coleccionista de libros antiguos y raros de pasión, parece claro que D. Umberto dedica las más de sus horas a asuntos que pasan perfectamente inadvertidos al común de los mortales. Quizá es eso lo que, personalmente, hace que me resulte tan grato leerle. Los libros de Eco nos permiten, a los profanos, asomarnos aunque sea de modo tangencial a materias de interés sobresaliente, a las que solo accederíamos, supongo, mediante el oportuno esfuerzo formativo, que no suele estar a nuestro alcance.

¿Por qué nos emociona la muerte de Ana Karenina y somos indiferentes, a menudo, a los padecimientos de seres de carne y hueso? ¿Qué significa exactamente decir que “Don Quijote murió en su cama” es “verdad”? ¿Es verdad en el mismo sentido que “Napoleón estuvo en la isla de Elba”? En suma, ¿en qué sentido “existen” los entes de ficción? He aquí solo uno de los temas que Eco nos propone –por cierto, quien crea que los “entes de ficción” son propios en exclusiva del dominio de la expresión artística, que reflexione un rato sobre qué tipo de cosa es el “número diecisiete”, por ejemplo-. Y, como mínimo, nos ofrece un excelente divertimento intelectual.

Soy de la opinión de que, del mismo modo que nadie parece discutir que son obligados paréntesis en nuestra vida sedentaria para entregarnos al ejercicio físico, nadie debería discutir tampoco que resultan muy convenientes las excursiones por campos de intereses intelectuales ajenos a los que, habitualmente, nos ocupen, sean estos los que sean. Al menos en ciertos casos, creo que es casi un imperativo de la buena salud mental.

Eco y otros como él nos abren cauces asequibles para ello. Aunque sea a costa de privar de encanto a las futuras investigaciones de sus propios críticos y comentaristas.

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