viernes, 6 de enero de 2012

Moral aparte...

Curioso el panorama ante las ya famosas medidas de fin de año de Rajoy.

Por una parte, el fondo de la cuestión: un déficit público que ya se prevé mayor que lo anunciado por el gobierno anterior y que impele a la adopción de decisiones “penosas”, de medidas “urgentes” y “transitorias”. La más penosa de esas decisiones, claro, la subida del impuesto sobre la renta. Nadie parece poner seriamente en cuestión que lo acuciante de la situación impone remedios perentorios y terminantes. Es lo que hay que hacer y no parece haber demasiadas alternativas. En todo caso, hay quien expresa, justificadamente, preocupación por el efecto que semejante detracción de renta de los contribuyentes pueda tener en la capacidad de éstos de gastar y, por tanto, en la ya escuálida demanda.

Se critica, con toda razón, el muy explicable pero reprobable comportamiento del ahora presidente y hasta anteayer candidato. Es evidente que Rajoy se planteó la elección entre una encomiable sinceridad –el anuncio de que venían mal dadas a su debido tiempo- con un posible “efecto Cameron”, es decir, una pérdida de apoyos electorales achacable, incluso, a una posible reacción instintiva del electorado –la de negar su voto al heraldo de las malas noticias, aun a sabiendas de que esas noticias son veraces y de que los ajustes son ineludibles- y lo que hoy tiene: ser acusado de mendaz a las primeras de cambio. A la vista está que eligió lo segundo. No cabe, creo, tener por exculpatorias las referencias a un déficit “mayor de lo previsto” cuando, al tiempo, ese mayor déficit se achaca a unas comunidades autónomas que, en su mayoría, ya gobernaba el partido de Rajoy desde hace suficiente tiempo como para haberse hecho una idea suficientemente cabal, si no de la realidad de las cuentas, sí de los grandes números, lo bastante al menos para saber, a ciencia cierta, que las previsiones de Salgado eran más voluntarismo que otra cosa.

Estamos ante un cálculo, pues, maquiavélico y moralmente reprochable. La mentira –o la ocultación de la verdad, que a veces equivale a lo mismo- es un arma política, cuyo uso comporta importantes efectos colaterales, como se dice ahora. Puede ser eficaz, pero no es neutra. Esto lo sabe Rajoy, claro, e imagino que contará con que semejante aldabonazo en sus primeras horas sea un lujo permisible, con toda la legislatura por delante para recuperar la credibilidad lesionada. Cálculo, pues, pragmatismo puro y duro.

La paradoja, como ha subrayado, entre otros, Ignacio Camacho, con su habitual brillantez estriba en que, en su más que previsible –y moralmente sustentada- denuncia, la recién estrenada oposición no tiene más remedio que entrar en contradicción consigo misma. Ha de impugnar su propio programa electoral. Porque, en efecto, si algún guión pareció seguir el primer paquete de medidas económicas de la era Rajoy fue el del programa electoral del Partido Socialista. Situación kafkiana, por tanto, la de los políticos de izquierda, que han de afear al Gobierno su impostura… al darles la razón a las primeras de cambio.

Y, en fin, curiosa situación la de los propios votantes del Partido Popular. Al menos la de sus votantes informados. También la de sus medios simpatizantes. Nadie dudaba, creo, que Rajoy, nada más llegar a la Moncloa, habría de tomar medidas gravosas. Es más, hasta se urgió, en determinados medios, un acortamiento del período transitorio y una pronta toma de posesión en aras de que esas medidas pudieran ser adoptadas cuanto antes. Me pregunto en qué podría pensar el personal que consistieran esas “medidas gravosas”. Supongo que, muy humanamente, muchos confiaban –confiábamos- en que el pato lo pagaran otros. Quizá pudo cogernos con la guardia baja, por tanto, el que la primera andanada se dirigiera directamente contra el castillo de proa de nuestros bolsillos. Pero, ¿a qué hacerse los engañadizos? ¿Acaso alguien se habría atrevido a descartar de plano subidas impositivas –a elegir, la figura: IVA, quizá, pero también IRPF, ¿por qué no?- por más que Rajoy las negara incluso enfáticamente?

Insisto, incluso la prensa que le era más afín, la que le sostuvo durante la campaña y reclamó el voto para él argumentó que Rajoy podría estar haciendo lo que, a las pruebas me remito, estaba haciendo, es decir, eludir el “efecto Cameron”. Bastaban un poco de sentido común, la cifra estimada como probable del déficit público –esa que ahora parece como haber caído del cielo, pero nadie descartaba no ya como posible, sino incluso como escenario moderado- y los compromisos asumidos con Bruselas –esos sí, sobre estos no caben maquiavelismos de vía estrecha- para llegar a la conclusión de que el juego del PP era bastante transparente.

Si yo fuera su asesor de campaña, me atrevería a decir, por tanto, que Rajoy hizo lo correcto. Porque la trascendencia de una mentira depende mucho de si ha sido creída. El coste real en credibilidad que se enfrenta al evidente beneficio político es menor, porque no creo que, de veras, el elector popular –al menos el elector informado- pueda, legítimamente, sentirse engañado. Es más, siendo un poco cínicos, hasta podríamos hablar de mentira piadosa. Claro, que si yo fuera asesor de Rajoy –cosa que no soy, por fortuna para Rajoy y quizá para mí- sería un político profesional, no un consejero moral.

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