domingo, 29 de enero de 2012

Tienes derecho a...

Me viene llamando la atención desde hace tiempo una campaña de publicidad, creo que de una marca de refrescos, cuyo eslogan dice algo así como “tenemos derecho a soñar y a que se haga realidad (lo soñado, se entiende)” o cosa por el estilo. Perdón si no transcribo con escrupulosa fidelidad, pero creo que lo que entrecomillo sí refleja la idea.

El anuncio me parece llamativo porque me parece todo un epítome de ese tipo de mentalidad infantil que está en buena medida detrás de nuestra ruina presente. Dudo mucho que el publicista que compuso el eslogan tuviera en mente otra cosa que lanzar un mensaje calificable de “optimista” –creo que esta noción del “optimismo” es la que está detrás de la campaña- y, en suma, no hacía más que atender a las reglas de su oficio, en el que lo primordial es halagar la vanidad del futuro consumidor, hacerle sentir especial, poseedor de derechos sagrados que, en suma, vienen a concretarse en uno, como los mandamientos: consumir lo que le dé la gana cuando le dé la gana.

A mí, ya digo, por el contrario, me levanta cierto sarpullido eso de toparme cada dos por tres con un mensaje que no solo considero falso, sino desviado. Claro que todos tenemos derecho a soñar, por supuesto, faltaría más. Pero no tenemos derecho a que nuestros sueños sean, se hagan, se conviertan en realidad por el solo hecho de que los soñemos, de que los deseemos. Tenemos derecho, sí, a perseguirlos, a intentar que devengan reales, a luchar por ellos y a que nadie lo impida. La diferencia que va de procurar a conseguir parece menor –en contexto, una sutileza prescindible- pero a mí se me hace, ni más ni menos, un abismo.

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América –lo más parecido a un credo del liberalismo político que existe, si tal expresión tuviera algún sentido- es muy explícita al respecto: “We hold these truths to be self-evident, that all Men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain inalienable Rigths, that among these are Life, Liberty and the Pursuit of Happiness ”. Los autores pusieron una enorme dosis de juicio en dos términos: el participio “created” en el giro “created equal” y el “the Pursuit of” delante de “Happiness”. Los seres humanos no son iguales ni tienen derecho a ser felices. Son creados iguales y tienen derecho a procurar ser felices. No es lo mismo. Los términos están adecuadamente elegidos para equilibrar, en una declaración solemne, la ambición con la humildad, discernir lo que debe esperarse de una comunidad política de lo que ojalá nadie hubiera esperado jamás de ella.

Nadie, excepto nosotros mismos, es responsable de aquello que lleguemos a ser y de que nuestro proyecto vital, cualquiera que sea –es decir, el aquello a lo que nosotros mismos decidamos anudar nuestra felicidad- tenga éxito. Es deber de todos, por el contrario, que nada se interponga indebidamente entre nuestras intenciones y nuestros resultados. Es, claro, un desiderátum, pero un desiderátum bien diferente que el de pretender hacer felices e iguales a todos, como si tal cosa fuera posible. Lo primero es un deseo noble y factible, al menos en cierto grado; lo segundo una pretensión cargada de ecos totalitarios.

El eslogan de la campaña de marras abunda en un mensaje del todo diverso: el mensaje que todos, en especial los jóvenes, llevamos oyendo años y años. Tenemos derecho a un resultado y, por ende, los demás vienen obligados a procurárnoslo. Un mensaje perverso, que está, insisto, en las bases de nuestra menesterosa situación de hoy. Un mensaje que, creo, está también en la raíz misma de la sensación de frustración que embarga a tanta gente. Si tengo derecho a que mis sueños se hagan realidad, ¿cómo es que me encuentro tan distante de ellos? ¿Por qué no solo no se han hecho presentes sino que cada vez parece que se alejan más? El ciudadano-cliente se ve decepcionado del mismo modo, en el mismo plano, que si hubiera comprado un producto defectuoso lo que, si bien se piensa, está cerca de ser verdad.

Alguna otra vez he planteado mi duda inicial, luego resuelta, ante el movimiento de los “indignados” en sus distintas versiones (me refiero, claro, a los indignados occidentales, y en particular a los domésticos, que solo un bastardo interés en desinformar puede asimilar a quienes, en otras latitudes, han corrido riesgos verdaderos y liderado revueltas preñadas de justicia); me preguntaba si aquellas expresiones de ira lo eran de ira ciudadana sin apellidos o, más bien, reclamaciones de ciudadano-cliente. ¿Qué se reclamaba, el derecho a soñar o a lo soñado? Lo segundo, me malicio.

El “tenemos derecho a que nuestro sueño –a veces, nuestro delirio- se haga realidad” se nos aparece muchas veces, so capa de muchas y muy variadas formulaciones, con múltiples sujetos. “Nuestro pueblo tiene derecho a…” dice el nacionalista, “tienes derecho a…” dice el socialista, buscando el arrobo que, en el destinatario, tiene siempre esa segunda persona. “Tienes derecho a…” tú, tú mismo, uti singuli, tu condición ciudadana acaba de elevarse. La palabra del socialista de cualquier partido surte su función performativa y te trae felicidad, te trae derechos, hace avanzar, progresar.

Pero es mentira. Es mentira y te darás cuenta, como dijo Margaret Thatcher, en cuanto se acabe el dinero de los demás, amén de la parte proporcional del tuyo.

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