jueves, 25 de octubre de 2012

Premios y manías

En las redes sociales y foros –que es donde últimamente pasan las cosas- se debate sobre la actitud demostrada por el escritor Javier Marías al rechazar el Premio Nacional de Narrativa, que le había sido concedido hoy mismo. Si el que avisa no es traidor, ciertamente, el jurado debió saber a qué atenerse a la hora de elegir su galardonado, puesto que, parece, Marías rechaza sistemáticamente cuantos premios estén sufragados con recursos públicos nacionales. De alguna cosa que he leído deduzco que, llegado el caso, rechazaría el Cervantes, pero ello no está tan claro en el caso del Nobel, toda vez que este premio es sueco. Personalmente, considero a Marías más probable premiado con el Nobel que con el Cervantes, pero bien podría concedérsele cualquiera de los dos, e incluso ambos.

La coherencia es una buena cosa y cada cual es libre de conducirse como tenga por conveniente.

Albert Boadella y Els Joglars rechazaron en su día el mismo premio en su modalidad de teatro argumentando que, también, rechazaban cualquier reconocimiento que no viniera del público que, como se sabe, lo presta cada noche pasando por taquilla. El argumento es caro a Boadella que, hoy mismo, creo, lo reiteraba en un foro en el que ha participado. A su entender, la aceptación de premios comporta una forma de sumisión, una sujeción del artista a designios distintos de los propios y, por ende, un menoscabo de su libertad creativa.

Respetando la postura del dramaturgo catalán, me parece que tiene un punto de exageración. Los premios, públicos o privados, solo coartan la libertad del autor cuando éste escribe –o crea, más en general- con la mente puesta en el premio, al modo de los poetas que escribían versos para presentarlos en los juegos florales. Una cosa es aceptar premios y otra bien diferente perseguirlos. Habrá, supongo, quien escriba al gusto del comité Nobel o de la Academia Sueca, si es que puede hablarse de tal cosa a la vista de la nómina de premiados, pero imagino que serán los menos.

Miguel Delibes recibió todos los premios relevantes de la literatura en español, si mal no recuerdo, y no creo que ello influyera jamás en su creatividad. Me cuesta imaginarme a Delibes escribiendo para agradar a nadie más que a su lector modelo –ese que, según Eco, es el destinatario de toda obra escrita, consciente o inconscientemente-. Rafael Sánchez Ferlosio, a decir de algunos el mejor escritor vivo de la lengua castellana, es Nacional de Ensayo y Cervantes, y éste sí que me da la sensación de que, al tomar la pluma, no toma en consideración más que su santa voluntad. Tampoco tiene mucho sentido plantearse que se pueda presionar en modo alguno a un escritor cuando se premia una obra ya publicada que el interesado ni siquiera ha propuesto él mismo para ser premiada.

Tiene razón Marías en que los grandes premios de la lengua castellana se han honrado con excelentes escritores, pero han dejado a muchos otros fuera y, lo que es peor, también han recaído en autores mediocres. O sea, que no sabe uno por qué sentirse más halagado, si por la concesión o por la preterición. Supongo, sí, que hay premios que, dejando al escritor de turno extramuros, le conceden vitola de rebelde, de maldito, le ayudan a vender libros, en suma.

No termino de ver, la verdad, el valor de la postura. No veo qué hay de criticable en la aceptación del premio –si es por la dotación económica, siempre se puede aceptar el galardón pero no su monto o donar lo obtenido, incluso al Estado- ni de noble en su rechazo, siempre que vengan de instituciones dignas y jurados competentes. Es más, hasta parece cosa de buena educación... Y conste que Marías ha mostrado su reconocimiento y dado las gracias, eso sí. Creo que la tesis de Boadella es extremosa, en particular.

Puede que haya quien piense –bueno, a la vista está que hay quien piensa- que el mero hecho de que un jurado conformado en una instancia ministerial diga que le gusta un libro o un montaje teatral tizna. No creo yo que sea  para tanto, la verdad. Si los principios hay que sacarlos a pasear en determinadas ocasiones, va a ser que, más que principios, son manías, muy respetables, pero manías.  

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