lunes, 19 de diciembre de 2011

Discurso de investidura

No puede decirse que el discurso de investidura de Rajoy haya sido una pieza como para pasar a los anales de la oratoria. Tampoco hacía falta, esa es la verdad. Ya sabemos que ningún discurso parlamentario convence a nadie ni, en realidad, allega votos cuando estos son necesarios, puesto que de eso se encargan los muñidores de acuerdos, en los pasillos pero, es un suponer, cuando uno ha de regalar los oídos alguien, se esmera con la pluma. Rajoy tiene todo el pescado vendido. Tan solo ha de esperar pacientemente a que concluyan los distintos turnos de palabra.

No podían faltar, y es bueno que no falten, las obligadas frases de cortesía hacia el gobierno saliente –en buena hora, lo de saliente- y el reconocimiento expreso a instituciones y personas que, como las Fuerzas Armadas o los cuerpos de seguridad del Estado, concitan afectos transversales. Por lo demás, resumiría el discurso en dos ideas y una cifra: tres años de bachillerato, festivos los lunes y dieciséis mil quinientos millones.

En cuanto a lo primero, leo –digo leo porque no pude oír a Rajoy, sino que he leído su discurso, accesible en Internet- que se pretende recuperar el bachillerato de tres años. Salvo que se quiera atrasar un año la edad de acceso a la universidad, supongo que ello será a costa de comprimir la secundaria obligatoria, que durará un año menos. Según ha dicho, con el loable objetivo de elevar el nivel cultural general del país. El objetivo es loable, en efecto, pero no sé si la etapa es la apropiada. El bachillerato son unos cursos preuniversitarios, que no tienen carácter obligatorio. La cultura general –la que se espera que obtenga todo el mundo- se adquiere, se supone, en los años que sí son de estudio forzoso. En todo caso, no parece que los problemas del sistema educativo español tengan que ver tanto con cómo se estructuran los distintos y sucesivos ciclos como con los valores y principios, o carencia de unos y otros, que los inspiran. El problema del sistema educativo español no es de diseño, ni técnico ni económico. Es estrictamente ideológico, como el de tantos otros. Es muy difícil hallar aquello que no se busca, y el sistema educativo en nuestro país no busca, precisamente, ciudadanos preparados, críticos y cultos. ¿Niños felices? Eso igual sí. Lamentablemente, solo un tiempo.

Lo de los festivos los lunes, salvo aquellas fiestas que gozan de “mayor arraigo social” era una reivindicación de la CEOE. Terminar con los archiconocidos “puentes”. Esa especie de juego de la oca que liga festivos entre sí o con los fines de semana, con efecto devastador, parece, para la productividad. Sinceramente, desconozco cuan beneficioso puede ser para nuestra eficacia productiva el importar el concepto inglés de las banking holidays –allí los festivos son en lunes- y me imagino que tendrá su aquel determinar qué es eso del “arraigo”, más allá de que, supongo también, no habrá problema en que la navidad siga siendo el 25 de diciembre, los años empiecen en 1 de enero y el viernes santo sea viernes. Seguro, además, que es fácil hacer demagogia con esto, pero sí sé que resulta absolutamente antiestético y demoledor para la imagen del país el que, con una cifra oficial de más de cinco millones de parados nos permitamos el lujo de tomar, prácticamente, una semana festiva a escasos días de las fiestas de navidad –es verdad que este año las más señaladas caen en domingo, pero no hace al caso-, como acaba de suceder. A menudo, nos quejamos de nuestra inmerecida imagen de bon vivants –o gandules, simplemente-, pero quizá podríamos empezar por recordar que la mujer del césar ha de empezar por parecer decente. ¿Medida absurda o cara a la galería? Puede, pero absolutamente acorde con el signo de los tiempos.

La madre del cordero está, claro, en la cifra: 16.500 millones de euros, más o menos. Ese es el monto de recortes de gasto que se precisará para ir cumpliendo, piano, piano, los compromisos adquiridos. La cifra es fácil de cuadrar: el PIB es, millón arriba, millón abajo, de un billón (español) de euros. El déficit público al final de 2011, con suerte, será del seis por ciento. Si hemos de cerrar 2012 en el entorno del cuatro y medio, números cantan. Cada punto porcentual de PIB son diez mil millones. Dicho de otro modo: cada décima de yerro en las cuentas de Salgado implicará mil millones menos de gastos. Si el déficit representa, a fin de año, el ocho por ciento, esos 16.500 millones se habrán convertido en unos 36.000. Es decir, en una cifra descomunal.

Rajoy no ha especificado qué partidas recortará. Sí ha dicho que, salvo pensiones, todas las demás son susceptibles de recorte. En realidad, no es así. No todas las partidas son igualmente candidatas. Algunas, como las prestaciones por desempleo –que probablemente no crezcan, porque habrá más parados, pero a algunos se les irá acabando la prestación- no dependen de decisiones presupuestarias, sino que tienen carácter automático; otras, como el servicio de la deuda, son intocables por ley (por la Constitución, para ser más exactos). En fin, dado que existen múltiples capítulos de gasto con insuficiente peso, solo quedan tres candidatas a recibir la parte del león: sanidad, educación (en el debe de las comunidades autónomas) y gastos de personal. No es en absoluto descartable, entonces, que los empleados públicos se enfrenten no ya a la congelación, que pueden dar por hecha, sino a nuevos recortes de sus retribuciones.

Sanidad, más que educación, es también candidata, a través de la vía de la reducción de los niveles de servicio.

Discurso de investidura, pues, bastante obvio. Previsible, sí. Reconducible, casi, a esa cifra de 16.500 millones. Lo que toca.

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