domingo, 4 de diciembre de 2011

En Finlandia hablan finlandés

Hoy, en el suplemento dominical de los diarios del grupo Vocento, se publican unas entrevistas con altos responsables en materia de política educativa de algunos de los países que, al parecer, descuellan en las evaluaciones PISA. Si no me falla la memoria hablamos de la ultradestacada Finlandia, Suecia, Corea del Sur y Singapur. También entrevistan a un representante de los Estados Unidos, pero no me consta que este país obtenga resultados particularmente brillantes en la enseñanza preuniversitaria.

De cuando en cuando, los periodistas españoles suelen ir a preguntar a estos países que parecen tener la piedra filosofal del éxito educativo por los porqués. Y, la verdad, creo que bien podrían ahorrarse el viaje, porque la respuesta es casi siempre la misma. La incómoda pero evidente verdad es que el primer paso consiste, desde luego, en mandar al baúl de los recuerdos ideológicos el malhadado modelo Logse (inciso: la izquierda ha hecho, en España, mucho daño en muchos campos, pero en ninguno como en este; no pierdo la esperanza de que algún día, pague por ello, aunque alguno será ya en efigie).

Al caso, amén de esa conclusión, que admite ya poco debate, me temo, resulta de particular interés el comentario del representante finés. Finlandia es, en muchos campos, un país-milagro pero, ya se sabe, en ninguno como en este de la calidad de la enseñanza. Pues bien, dice el funcionario entrevistado que ellos ponen el acento, muy especialmente, en la comprensión lectora. Es decir, dan por hecho que el eje de todo aprendizaje es el aprendizaje de la lengua. En su caso, además, es mejor decir “las lenguas”. Finlandia es un país con dos lenguas oficiales, ambas minoritarias, el finés y el sueco –este último como lengua materna de un exiguo porcentaje de la problación-, por lo que, además de dominar las propias, los finlandeses se ven irremisiblemente abocados a estudiar otras en profundidad, empezando por el insoslayable inglés.

Se me dirá que lo dicho resulta de perogrullo. Al fin y al cabo, ¿puede dudarse de que casi todos nuestros conocimientos académicos los obtenemos leyendo? Y eso incluye, claro, los conocimientos denominados “científicos”. Nadie discute que el ser humano posee diversas destrezas, muchas de ellas útiles en el aprendizaje pero, al menos en lo tocante a las enseñanzas que normalmente se aprenden en las escuelas, pero lo sobresaliente de las habilidades lingüísticas en el proceso parece cosa que admite poca discusión. Me anticipo a decir, por si cupiera alguna duda, que aprendizaje “lingüístico” y “memorístico” no son la misma cosa, y que los textos con los que nos enfrentamos pueden tener los más variados alcances, ámbitos y soportes. Pero no eso no obsta a la conclusión: la lengua es, con mucha diferencia, nuestro principal vehículo de comunicación de todo, conocimientos incluidos. Esta verdad no parece, sin embargo, evidente en España.

A menudo, nos produce pasmo la aparente facilidad con la que los nórdicos, especialmente finlandeses, aprenden idiomas extranjeros. Y buscamos múltiples explicaciones menos, claro está, las que peor nos dejan en la comparación: esfuerzo, constancia y renuncia a expedientes fáciles. Si aceptamos la similitud entre las lenguas como un criterio sobre facilidad en su adquisición, habrá que convenir en que un finés no parte en buena posición. En efecto, mientras que a un español su lengua materna le instala en una familia lingüística, la romance, con un altísimo grado de similitud léxica y no demasiado lejos, en términos de vocabulario, del inglés –por influencia del francés en aquella lengua- (es verdad que aprender una lengua no es aprender palabras, y que el inglés dista, estructuralmente, de parecerse a ninguna otra lengua civilizada, pero algo es algo), un finés nace aislado por completo. El finlandés, estonio aparte, apenas tiene parientes en Europa y es, para empezar, un extraño tanto a las lenguas escandinavas (germánicas, por cierto) como al ruso. Tampoco los lapones hablan un idioma próximo. ¿Cómo lo hacen, pues?

Es probable que el mimo y el esfuerzo en el cultivo de su propia lengua, por extraña que sea, ayude. Y es que, supongo, la capacidad lingüística, considerada en abstracto, también es susceptible de entrenamiento. En sentido contrario, cabe presumir que, quien no llegue a tener un dominio razonable de la lengua propia, tendrá mucha más dificultad con las ajenas.

Los estudiantes españoles no obtienen, según es conocido, buenos resultados en el informe PISA. Y especialmente, en comprensión de lo que leen. No parece fácil que, si esto último no mejora, pueda mejorar nada de lo demás. Imagino que el mejor camino para esa mejora es, claro está, la atención prioritaria a la lengua en los currículos, tanto desde el punto de vista de su estudio como, sobre todo, de su uso. Lo que tendrá que combinarse con un mayor nivel de exigencia, una menor tolerancia ante la palmaria falta de calidad en la expresión y la dejadez.

Ahora bien, convendría, supongo, apoyar los esfuerzos escolares también desde fuera. No cabe esperar que los estudiantes de primaria y secundaria desarrollen un especial cariño por el idioma –o, al menos, una conciencia de su importancia (especialmente en un país que, como el nuestro, cuenta con el recurso de una lengua de alcance mundial)- si no encuentran a su alrededor pruebas de lo mismo. Desconozco cómo es la conciencia lingüística de los finlandeses, pero intuyo por sus resultados escolares que el asunto debe preocuparles: hablan una lengua minoritaria y la cuidan con mimo. El contraste con los españoles no puede ser más vivo. Como si, por alguna extraña razón, tuviéramos perfectamente asumido que el español ya no nos necesita, que es tan grande que bien puede hasta dejar de hablarse en su propio solar, mostramos el más absoluto desdén por lo que, si bien se piensa, no deja de ser nuestro patrimonio más valioso.

Nuestros periodistas van, preguntan, y se vuelven con verdades del barquero. Un vistazo a los mismos diarios en los que trabajan –especialmente a los suplementos que parecen hechos por periodistas más jóvenes- les daría muchas más pistas.

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