domingo, 11 de diciembre de 2011

¿Ha acertado Cameron?

Las opiniones pública y publicada en el Reino Unido se hallan notablemente divididas en torno a la postura de David Cameron en la reciente cumbre europea. Mientras que la prensa más próxima a ala derecha del partido tory rescata viejos adagios emotivos pero un tanto pasados de moda (ya se sabe: “niebla en el Canal, el Continente está aislado”) y jalea al primer ministro, los sectores menos euroescépticos –hablar de “eurófilos” o cosa por el estilo en Gran Bretaña no resulta muy atinado-, empezando por el viceprimer minstro Clegg, se lamentan del resultado. Algún diplomático profesional, versado en cuestiones europeas, ha llegado a hablar de “desastre” sin paliativos.

No voy a negar que, como liberal ortodoxo, soy anglófilo, y no puedo dejar de ver con simpatía estas periódicas muestras de genio con el que nuestro fleco suelto isleño sacude las conciencias de esta Europa racionalista, tan peligrosamente inclinada al dirigismo. El mundo occidental le debe tanto a las democracias anglosajonas –los liberales, además, la mayor parte de nuestro acervo doctrinal- que, creo, el Reino Unido se ha ganado el derecho a su modo de ser en Europa, por peculiar que este sea, que lo es. Y así es como lo necesitamos.

Pero tengo la sensación de que, esta vez, nuestros amigos empiezan a perder pie. Dejando aparte lo mal escogido del momento y la relativa grosería de poner de manifiesto, sin los debidos disimulos diplomáticos, intereses puramente nacionales (dicho sea de paso, esto es, claro, lo que hace bramar de entusiasmo a la bancada de los tory backbenchers), me temo que buena parte del mundo político británico está fuera de la realidad. Quizá es el poderoso influjo de la lengua que, a fuerza de repetir, lleva a distinguir “Europa” de “Gran Bretaña”. ¿Alguien puede seriamente sostener que el Reino Unido es una realidad extraeuropea? Un vistazo a la balanza de pagos británica despeja las dudas, desde luego.

Probablemente, la confusión empieza y termina donde empezó y terminó la causa de Cameron en la madrugada del viernes: en la City de Londres.

La City es un lugar raro y lo ha sido siempre. Una curiosidad semiexenta, cuasiextraterritorial respecto a la realidad física y social que la envuelve, que no es otra que la ciudad de Londres, a la sazón capital de Inglaterra y del Reino Unido. Si bien la City siempre estuvo vaticanizada, tras el big bang thatcheriano, devino prácticamente en un país dentro de un país. La City de Londres no es el Reino Unido, ni es el centro de las finanzas británicas. Es el centro de operaciones para el segmento europeo de la industria financiera mundial. Por eso resulta un tanto extraño que Cameron diga proteger querer “su” industria de servicios financieros. La industria de servicios finacieros ¿de quién?

La City tiene vida propia y, en términos económicos, diríamos que el Reino Unido disfruta de sus externalidades. Al proveerla de una infraestructura jurídica y física, Londres y el país en su conjunto son, sí, grandes beneficiarios de la actividad de la City, que aporta un porcentaje significativo del PIB británico. Pero la experiencia reciente muestra que las externalidades no siempre son positivas. Existen iniciativas de cambios legislativos cuya finalidad, en última instancia, es proteger al Reino Unido de la City. La crisis financiera internacional ha devenido especialmente británica porque ya no existe, casi, un sector bancario propiamente británico. Se ha subsumido en el mundo extraterritorial de la City, y sus crisis se confunden. Hay voces autorizadas en el Reino Unido que sostienen que, si en todas partes la economía financiera ha oscurecido la importancia de la economía real hasta niveles incompatibles con la buena salud, allí las cosas han llegado al exacerbo. Empieza a ser un tanto preocupante que todo un país se vea a sí mismo como una especie de excrecencia de un barrio de su capital (en realidad, es muy preocupante que un país se convierta en el arrabal de su capital) y, se supone era algo que se quería, sin demonizar actividades legítimas y muy productivas, limitar. Suena, pues, un tanto extraño que la política exterior -o, al menos, la política europea- de un país con intereses tan complejos se haya contraído, en una noche memorable según unos y para olvidar según otros, a un "no sin la City".

Resulta un tanto paradójico que se pretenda proteger a la City negando la firma de un tratado… que deja intactos todos los demás que el Reino Unido ya ha suscrito. La amenaza de Bruselas ya existe, y a la vista está que la City la conjura bastante bien. Paradojas de la vida, es el único caso relevante en el mundo de plaza financiera básica en una moneda que no se usa en ella.

Se ha dicho, con razón, que la elección de Londres como centro financiero mundial debe mucho al correcto ambiente creado por las autoridades. Un clima favorable a los negocios, con las reglas imprescindibles (mutatis mutandis y a una escala mucho menor, lo que dice querer hacer -y parece estar haciendo con relativo éxito- Aguirre en la comunidad de Madrid). Pero no se dice que Londres contaba ya con importantes ventajas. De entrada, por supuesto, que la City ya existía, y existe el sistema jurídico y judicial inglés y, claro, existen americanos y asiáticos que, a la hora de establecer una cabeza de puente en Europa, prefieren hacerlo en un país que les es grato como su antigua madre patria o donde, al menos, hablan el idioma –aceptemos que lo que se habla en la City sea inglés-. Todos esos factores están ahí, con euro o sin él. Será, pues, muy difícil que otra plaza se erija en rival de Londres. Los grandes centros financieros mundiales son muy pocos (dos o tres). Las demás plazas solo pueden aspirar a ser satélites. Es costosísimo desmontar toda una industria que, aun siendo global, también requiere sus proximidades, llevándola a otro lugar, aunque diste unos pocos cientos de kilómetros. Con los proveedores de servicios financieros -concepto ya en sí muy complejo- que son el corazón de la City tendrían que viajar múltiples industrias auxiliares, desde abogados a organizadores de eventos, que habrían de readaptarse a las nuevas condiciones "ambientales". Reproducir el pequeño vaticano angloparlante parece muy difícil en París, Ámsterdam, Frankfurt, Bruselas o Madrid mismo, por citar solo algunos ejemplos. La alternativa, si la hay, sería más bien una realidad policéntrica, ciertamente menos eficiente.

Ahora bien, si algo podría, de verdad, dañar a la City, es el establecimiento de barreras de cualquier clase entre el Reino Unido, que es su envoltorio físico, y el mercado al que verdadera y predominantemente sirve: Europa. Es verdad que la City es un centro financiero global y, por tanto, literalmente, presta servicios a escala mundial. Pero las grandes compañías extraeuropeas que tienen allí su sede la conciben como cabecera de la región del mundo que abarca desde Irlanda al Oriente Medio –que eso es “Europa”: una colección de husos horarios-.

Si de verdad se identifica el interés nacional británico con los intereses de la City, lo que, por otra parte, es una petición de principio, es probable que el señor Cameron hubiera debido hacer un cierto ejercicio de contención antes de lanzarse a tumba abierta entre los vítores de los menos templados de sus correligionarios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario