viernes, 15 de junio de 2012

Un país denso

Me parece de interés la reflexión apuntada en un blog de Expansión, a cargo de Nicolás López Medina y que lleva el provocativo título de “¿Es España europea?” (enlace aquí).

La pregunta de si España es europea (o de si lo es Grecia que, para el caso, es lo mismo) tiene una u otra respuesta en función de qué alcance se le dé al término “europea”, por supuesto.

En un sentido geográfico, la pregunta es tan banal como su contestación. Sí, España pertenece a eso que convencionalmente llamamos Europa. Más aún, pertenece de forma indubitada a la Europa occidental, a la Cristiandad latina y, por tanto, a la Europa que se considera a sí misma tal en sentido estricto. Periferia o arrabal, si se quiere, pero las grandes naciones del Occidente no pueden explicar sus propias historias sin España, como España no puede explicar la suya sin esas grandes naciones –ése, si no recuerdo mal, era el criterio que Toynbee proponía para definir cuál era nuestro ámbito cultural-.

España también pertenece indubitadamente a Europa si la europeidad se entiende como un proceso de síntesis. Si “lo europeo” resulta de integrar diversas fuentes y tradiciones. Bien es cierto, claro, que este enfoque es tramposo, porque no es Europa la que define a España sino España la que define a Europa. No definimos la europeidad, sino que la estipulamos. Europa resulta de agregar cosas que, simplemente, queremos que sean Europa. Al modo, por cierto, en que se construye la Unión Europea, que no parte de ninguna definición de Europa, sino que hace Europa al expandirse. No es tanto que los estados miembros sean europeos como que se hacen europeos cuando llegan a ser estados miembros.

La europeidad a la que se refiere, creo, López Medina es una europeidad restringida, una suerte de “mittel-europeidad”, la europeidad o el modo de ser europeo que representan las naciones a las que instintivamente se reconoce como el corazón del continente (en sentido amplio, es decir, incluyendo las islas). En este sentido, sí, hay una europeidad central y una europeidad marginal. La cultura europea –y, por extensión, la Occidental- se construye modernamente sobre tres tradiciones: la inglesa, la francesa y la germánica. En la Europa marginal se agrupan el mundo ibérico, el escandinavo y ese mundo amplio que es “el Este”.  Italia, partida en dos, ¿qué es? Dejémoslo sin respuesta, por ahora. Siempre me ha parecido que tiene más sentido representarse Europa de este modo que sobre otros ejes, como el de Norte-Sur o el de latinidad frente a germanía, que dejan tanto fuera, que son incompletos.

Guste o no, la Europa central dicta el acervo de la europeidad básica. Y, asimismo guste o no, el grado de europeidad se mide por el nivel de asimilación en usos y costumbres a esa Europa central. Por ahí va, creo, el comentario de López Medina.

¿Cuál es, pues, nuestro nivel de asimilación? López Medina sugiere que mayor que el de los griegos, pero todavía no suficiente –nótese que el término “suficiente” implica reconocer esa asimilación como deseable, y esto es de mi cosecha-. La europeidad puede ser entendida como un objetivo plausible en tanto implique asimilación a las democracias más avanzadas de la región, en un sentido amplio, no solo político, sino también económico. En un símil físico, diríase que se puede considerar tanto el volumen de europeidad como la densidad. España es, quizá, desde la perspectiva del volumen, Europa, pero no es densamente Europa.

La principal lección de esta crisis puede ser esta. En la superficie, nos hemos convertido en un país parecido a los de Mittel Europa, pero en la densidad, no. España sigue siendo el país de la anécdota. Ciertamente, mucho menos de lo que lo era hace unos años, pero lo sigue siendo. No es lo mismo tener, pongamos por caso, una colección de restaurantes excelentes dirigidos por descollantes cocineros que tener, de veras, una gastronomía y una industria de la gastronomía potente. En España se puede comer muy bien en muchos sitios; en Francia se puede comer bien en cualquier parte. Esa es la diferencia. La cultura española es una cultura mediocre salpicada de destellos de genialidad en varias disciplinas. Las culturas francesa, inglesa o alemana –también la italiana- son culturas sólidas, respaldadas por un tejido de industrias culturales denso, potente y capaz de producir un tupido entramado de resultados, a varios niveles.

Y, en fin, la europeidad central, la europeidad densa se manifiesta en una cultura cívica, en una tradición ciudadana de la que nosotros carecemos. Es verdad que hay grados, pero puede decirse que, en aquellas sociedades, la democracia ha ganado una sustantividad que en la nuestra le falta.

Hacer de España un país densamente europeo es una tarea hercúlea que, a todas luces, hemos minusvalorado. Creo que lo he comentado en otras ocasiones: el ímprobo esfuerzo que ha habido que invertir para sacar al país del atraso más absoluto en todos los terrenos y lo estupendo del resultado puede llevar a una apreciación errónea de lo que falta por recorrer. Antaño, cuando las diferencias eran obvias, nadie se confundía: la diferencia entre España y la Europa más central era groseramente evidente. Ahora, las cosas son mucho más sutiles. Y, sin embargo, el problema de la densidad puede ser más complejo de resolver que el problema del volumen. Ya tenemos un país y una economía grandes. Ahora, hemos de hacerlos densos. Y para eso no deberían valer atajos. A estas alturas, está razonablemente claro que la generación de quien esto escribe no verá cerrarse la brecha que, por ridícula que parezca por contraste con la sima de tiempos pasados, nos separa de las naciones a las que nos queremos parecer. Hacer de España un país densamente europeo: ésa debería ser la tarea de los próximos años. Quizá de los próximos cincuenta o cien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario