sábado, 2 de junio de 2012

En torno a la cultura

Lo último de Mario Vargas Llosa  en librerías es un ensayito intitulado La Civilización del Espectáculo. Se trata de una reflexión o, por mejor decir, una colección de ellas, en torno a la idea básica de la degradación de lo que antaño llamábamos cultura y su fagocitación por el simple entretenimiento. El libro contiene también algunos textos publicados en forma de artículos de prensa que, como antecedentes a los diversos capítulos evidencian que algunos de los temas tratados –la religión, el sexo, la propia noción de cultura y, claro, la literatura en general- han venido ocupando al nobel desde hace ya muchos años e incluso son centrales en su obra, tanto la de no ficción como la novelística.

Cada libro de Vargas Llosa es un regalo y este, como todos, se disfruta, si bien he de decir que, a mi modesto entender y salvo en algunos pasajes como el que dedica a la pérdida del erotismo, no creo que el autor vuele a su mayor altura. Aunque don Mario es hombre de vasta cultura y escritor extremadamente pulcro y profesional, creo que el trabajo anda algo falto de profundidad.

Tampoco es que la tesis central del libro me parezca polémica, por evidente, ni Vargas Llosa es extremadamente original en su formulación: la cultura, tal como se vino entendiendo hasta hace una generación, ha sufrido desde mediados del siglo veinte un proceso de degradación paulatino, siendo sustituida progresivamente por lo que, al cabo, viene a ser una colección de productos light sin otro objetivo que el de entretener, epatar o, en todo caso, ser consumidos sin mayor esfuerzo. Vaya por delante que, en lo que denominamos “entretenimiento” –esto no sé si lo dice el autor exactamente, pero creo que no le traiciono si lo afirmo- hay, claro, niveles y calidades. Como sí dice Mario Vargas Llosa, Woody Allen puede ser a Orson Welles lo que Dario Fo a Ibsen, pero hay cosas peores, ciertamente. Desde otro punto de vista, el proceso tiene su traducción en la pérdida de influencia y aun la desaparición del “intelectual”, de la “gente de cultura” en sentido propio y su sustitución, en la formación de opinión, por otros personajes que, curioso, también se autodenominan “gente de cultura” o, incluso, de modo aún más pomposo, “creadores”. En fin, los intelectuales de cierta época tuvieron una enorme y muy directa responsabilidad en todo ello, y esto también queda patente en las páginas de La Civilización del Espectáculo.

Pero no quiero hacer una reseña del libro de Vargas Llosa, porque lo suyo es recomendar su lectura –es muy breve, además- y, por otra parte, reseñas ya hay y muy buenas. Sí me quedo con dos elementos de sus tesis, insinuados al menos.

El primero es de orden conceptual. Don Mario lo aborda brevemente en las primeras páginas del libro: la propia noción de “cultura”. “Cultura” es término polisémico o ha devenido tal. A lo largo del libro, y tal como expone, Vargas Llosa emplea el término en el que era su sentido más común: la cultura de una sociedad es un conjunto muy amplio de conceptos, valores y obras adscribibles a los campos del pensamiento, las humanidades y el arte; así, no incluiría productos que, desde otras perspectivas, son, por supuesto, “culturales”, como las ciencias o las técnicas (habría que matizar que, si bien es posible inscribir estas cuestiones en ámbitos ajenos a los de la cultura en un sentido estricto, no se puede ser culto ignorándolos, pero calificativo y sustantivo no se solapan –y sobre esto vuelvo abajo-). En el estado actual de las cosas, sin embargo, parece ganar fuerza una noción de “cultura” que, a veces, sí, se diría próximo al empleado en antropología (ya se sabe que, para los antropólogos, “cultura” se opone  sencillamente a “naturaleza”; todo lo que en los seres humanos no es natural –casi todo lo que nos hace propiamente humanos, la verdad- es cultural) y del que resulta que casi cualquier producto del magín o la voluntad del personal, con independencia de sus valores estéticos o de cualquier otro tipo, es cultura. Y es que, si hemos de aceptar que Willy Toledo y fauna afín son representantes del “mundo de la cultura”, algún desplazamiento semántico ha debido producirse, seguro, e importante.

La segunda de las cuestiones que sí me interesa comentar –ésta solo apuntada por Vargas Llosa- es la de los técnicos y la cultura. Estamos, sin duda, en la era del técnico. La técnica, y la ciencia, han adquirido un desarrollo sin precedentes al tiempo que, conforme a la tesis central de la obra que comento –y, que, insisto, me parece incontrovertible- la cultura va siendo sustituida por productos de ocio. ¿No es esto extremadamente arriesgado? Ya lo he comentado otras veces: mi propia generación descuella en formación técnica en las más diversas materias, pero somos menos cultos que los que nos precedieron. No quiero ser falaz en la comparación. Soy consciente de que, si bien muchos de nosotros hemos podido acceder a estudios superiores y disfrutado de medios para proveernos el necesario conocimiento, “los que nos precedieron” fueron una minoría. Pero vale la comparación dentro de cada clase. Un ingeniero o un jurista contemporáneos pueden tener una formación técnica muy superior a la de sus homólogos de hace cincuenta años, pero será difícil encontrar quienes dispongan de una formación humanística semejante. Y eso es, creo, un grave problema, porque nada hay más aterrador –y solo hay que remitirse a las pruebas- que una técnica emancipada de toda clase de frenos en forma de valores y sensibilidades. La idea de un notario o un médico con una cultura de video juego me resulta tan creíble como incómoda, la verdad. Ortega ya nos avisó de que, en mitad del progreso técnico y material, casi sin darnos cuenta, el mundo se iba llenando de gentes sin conocimiento sobre los rudimentos de instituciones tan esenciales como la misma democracia. También lo ha glosado, por ejemplo, Sartori: muchos de los pretendidos debates sobre la calidad  de nuestra sociedad democrática, tan familiar ella, antes que crítica justificada o ansia de mejora, lo que ponen de manifiesto es una paladina ignorancia de qué es una democracia, cómo funciona y cuáles son las alternativas reales. Y esto, claro, es solo un ejemplo.

Es manido, y está impregnado de verdad, el argumento de que no es posible saberlo todo. El hombre del Renacimiento fue un mito, creo, incluso en el propio Renacimiento. No se puede, cabalmente, exigir hoy a nadie que sea experto en más de una disciplina. Y es también verdad que la cultura no se mide por la cantidad de conocimientos de la que uno dispone. Por mucho que se sepa, por mucho que se haya leído, siempre será mucho más lo que se ignora. No es, pues, realista, pretender que haya gente que sepa mucho de muchas cosas, especialmente si esa gente, por mor del desarrollo, está obligada a saber ya mucho de una, teniendo solo una vida. Sí creo, empero, que es lícita, buena y recomendable la pretensión de los viejos educadores: creo que sí debe ser posible ser culto.

Culta, a mi juicio, es una persona que es capaz de desenvolverse con cierta soltura en su tiempo, que está en condición de ejercer con solvencia su capacidad de crítica, que dispone de un espíritu formado y sensible. Y para ello serán imprescindibles, sí, conocimientos en sentido amplio. No es posible ni siquiera intentar comprender el mundo contemporáneo –leerlo, escudriñarlo- en la carencia de unas nociones mínimas de múltiples disciplinas y no será posible hacerse una cabal idea de lo que es la condición humana si no se ha podido acceder a algunas de las grandes obras de la creación artística. Pero es, quizá, incluso más importante ser consciente de que todo eso existe. Es un primer paso necesario. Y no tengo la seguridad de que sea el caso, en general. ¿Aprovecha saber que existen un Pedro y una Natacha en Guerra y Paz, y el cuadro que Tolstoi nos hace de la sociedad rusa de aquel tiempo, aunque no se haya leído? Verdaderamente, ¿hay alguna diferencia entre saber que hubo un tal K. que pasó por un Proceso y no saberlo? Me barrunto que Umberto Eco diría que sí. Nuestra enciclopedia particular está compuesta por todo aquello que conocemos de modo directo y lo que conocemos de oídas. Y disponer de un universo referencial mínimo es extremadamente importante, creo.


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